top of page
ultimo2.jpg
¡Ay! Tuvo una buena oportunidad y la desprovechó.
Tras este último mail y antes de darse por vencido, Patricio subió y toco timbre. Aun le duele el cachetazo.
Último mail a Lourdes

Entrañable Lourdes:

Insisto, me reitero, no hago otra cosa que repasar en mi mente todo de nuevo (la rima es casual, disculpa, me consta que los poetas modernos la deploran, eso dijiste).

Como no he recibido respuesta al puñado de mails enviados me he dado a suponer que mi nombre quizás no te diga nada, y bueno sería darte más detalles de mi persona y la cita que tuvimos hace seis meses, tres días y algunas horas.

¡A ver si recuerdas! Tú habías escrito aquel poema, “Boceto”, que decía en algunos versos:

La sangre colgaba del cerco/el ocaso yacía en la carretera / la tijera de la noche acortaba distancia / y perturbando el silencio de la muerte / la rueda continuaba girando en el aire.

Dijiste que era bélico cuando pregunté si se trataba de un accidente de tránsito… ¡Y estaba tan bonito tu cabello que estuve seguro de poder entender el poema más tarde! Me soñé descansando a tu lado, satisfecho y en silencio… ¡Pensando en tu poema, por supuesto! Tras los desbordes del éxtasis asimilar el sentido de tu poética sería más sencillo, casi automático, simbiótico.

Fue un gran esfuerzo estar allí, en ese caro restaurante italiano exclusivo donde a tu lado me sentí en el Olimpo disfrutando ambrosía[1], a veces perdiéndome en los laberintos mitológicos hacia donde me enviaban tus homéricos cantos.

—La grieta comprime el cilindro de fuego —dijiste con ternura, sin dejar de buscar las palabras con la extensión de tus ojos perdidos. Yo tomaba nota de tus dichos pues suponía que luego, más reposado y tranquilo, podría interpretarlos. Continuabas:

La enzima corrompe el agua en las tinieblas / Entonces Enep, flamenco rosáceo erguido sobre un pie / arremete cual Licurgo[2] y su aguijón / subyugando de deleite a la entraña / ¡Oh! De sus miserias se burle con indolencia / la diosa de piedra de su soledad.

Querías proseguir y te alerté que tu cena se enfriaba. Anhelaba ver tus labios sensuales aceptar los bocados húmedos y tibios. Pero tú continuaste diciendo poemas de escatológica penumbra e imprecisa necesidad por los cuales, y por más que me he esforzado, temo no percibir su acercamiento al arte.

¡Pobre de ti! Iletrada escolta soportabas. Sin embargo comprendí cuando afirmaste: —La cerveza de septiembre ha parido estos encuentros.

Eso fue claro y asentí, suponiendo que tal vez un día llegaríamos a la etapa de la amanita muscaria[3].

Luego, inducido por el roce casual de tu pierna y la mía bajo la mesa me volví a perder entre laberínticos remansos de ensueño, plenos de doncellas, ninfas y amazonas. Toda una maquinaria interna bombeaba por mis venas ríos de sangre apasionada y el corazón intentaba fugarse de me pecho.

Aguardaba, anhelaba emocionado, que tu pie abandonara la sandalia y comenzara a rozar mi entrepierna… Cosa que no ocurrió. Cuando despojado de mi zapato intenté hacerlo yo mismo, deslizando mi trémulo pie sobre tu tobillo, apenas pude enamorar a la pata de la mesa.

Al oír tu voz nuevamente la imaginación me liberó y volviendo de golpe al caro restaurante italiano te hallé en medio de un trance místico recitando sin asomo de culminación:

Tras exabruptos nutritivos desmesurados / plácidos velos escindieron la luz / nublando el destino aciago de tu semen / Deja vu, numen, deja vu / Te ahogas en la ceguera de mi ombligo / y la noria te impele al absurdo.

Dijiste ese nuevo poema insistiendo un par de veces con que pertenecía al género profético y te imaginé pitonisa[4], sentada sobre el trípode bajo profundo éxtasis. Aunque no precisamente sirviendo al Dios Apolo en el templo de Delfos sino a mí, y en cualquier sitio más placentero y discreto que ese caro restaurante italiano exclusivo donde acepté ir para no desilusionarte.

Luego degustaste unos ravioles permitiendo que naufragaran entre las palabras y el tuco y se desvanecieran tras tus labios que, infames ellos, dejaron mis ojos fuera. Allí permanecía aun mi mirada cuando dijiste de improviso:

—¡Debes creerlo, lo que recité es lo más sentido que escribí! Tan solo ignoro cuándo ocurrirá.

Tras decir aquello me observaste dejando entrever cierta preocupación por que no fuera a creerte y negarte por ello la absolución, quizás sin entender que mal confesor te acompañaba. Mis ojos aprovecharon tu inquietud para hamacarse en tu escote, subir por tu cuello y quedar colgados sobre tu arete derecho, donde tu rosáceo lóbulo permanecía a salvo de mis dientes y lengua hecha agua.

Te escuchaba hablar entre sorbos de vino una vez más sintiéndome Dioniso[5]. En tanto, pensaba en el brillo de tus ojos, en tu cuerpo tibio, en el momento de irnos muy juntos encelados y tiernos... Mas continuaba sin poder acercarme a tu deseo, tan distraído entre las hojas del diccionario que por ti estaba aprendiendo de memoria.

Puedo asegurarte que me resultaba agradable observar el movimiento de tus labios, realmente estaba embelesado aunque no intentara interpretar tus dichos. Pretendía hablar sobre nosotros, definir la instancia que compartíamos y encaminarla. Así pues, olvidando que Dioniso fue engendrado por un rayo aguardaba con toda la tolerancia que mi impaciencia permitía.

Al finalizar casi te aplaudí, creyendo que al fin podríamos conversar. Mas tú iniciaste otro alarde innecesario de poesía, esta vez aclarando que era épico y trataba de los bombardeos la ONU sobre Siria (aquel del columpio que esconde la mermelada y de las ovejas azules que se han olvidado de balar mientras el gran pirata mundial va cerrando las salidas). Ese que nunca terminé de comprender pues mis oídos perdieron contacto con el cerebro. Es que la guerra y la sangre me producen náuseas, soy un típico, pacifista y simple, amante latino.

Lo cierto es que me obligué a soportar tu recital completo con gran estoicismo cuando atacaste con aquel otro poema de amor. Uno que en realidad no era tan hermético y comenzó a interesarme. Hasta hubiera debido ignorar tu sorpresivo eructo para no perderme el final, pues parecía que las oscuras premoniciones anteriores se diluían.

No pude. Te veía tan delicada y tierna, tan inocente y culta que semejante indiscreción en tan caro restaurante italiano exclusivo era propia de Ripley. Yo también había bebido y por eso me fue imposible dominar el ataque de hilaridad que terminó con el idilio, que bañó tu suave cabello y ese hermoso rostro que tienes con aquel bocado maldito que no pude contener...

Y los comensales del restaurante italiano de mierda viéndonos salir unos minutos más tarde, tú roja y despejada hecha una furia y yo todavía riendo sin cesar (ahora de los nervios) un paso detrás de ti procurando en vano alcanzarte para al menos limpiar tu blusa con mi pañuelo. Todo esto sin hacer caso del camarero, que tomaba mi brazo con una mano mientras en la otra blandía la cuenta como si fuese Zeus disponiéndose a descargar las iras celestiales sobre mi cabeza.

Para ti fue un momento terrible y lo expongo para que juntos hagamos la catarsis necesaria y de paso poseas la versión de mis sentimientos. Además, la imagen vuelve una y otra vez a mi frustración. Puede que de ese modo al leer este mail recuerdes de quién se trata. Quisiera una respuesta pues ignoro qué tanto me tienes presente y si has recibido los ocho mensajes anteriores.

He demostrado haber leído algo (mucho, bastante, demasiado en realidad) durante los días que han pasado y aunque doy por sentado que conoces los temas que he manejado me he permitido deslizar a pie de página esas aclaraciones innecesarias. Prometo seguir cultivándome, aunque jamás seré como tú pues no sé inventar cosas, ni siquiera una elegante frase de disculpas.

Eres la poetisa en esta pareja (perdona por decirlo de esa forma, quizás estés de amores con algún colega que sepa interpretar los vuelos de tu etérea pluma y mis inocentes palabras te parezcan pretenciosas o fuera de lugar), una legítima y adorable artista.

En definitiva, no es que te extrañe con toda la locura que parece... pero sí, me traes loco. Al oír tu taconeo levanto la cabeza al cielo raso y te imagino caminando desnuda sobre el piso de arriba. Casi que te veo lavando vajilla apenas de delantal y a mi espíritu arrodillado ante tus posaderas. De este modo he escrito algo erótico para ti, y dice mi tío Eulalio que cierra los ojos y nos ve.

Te parecerá gracioso o estúpido, pero... ¿Recuerdas aquella vieja canción de Tony Orlando & Dawn: "Knock Three Times"? Pues no puedo dejar de tararearla mirando el techo, y a veces casi la grito para hacer que la escuches. De seguro mi voz no te ha llegado, y no me atrevo de llamar a tu puerta por temor a que me reciba un hombre alto, barbudo, y con una toalla anudada a su cintura como única vestimenta.

A veces subo y bajo en el ascensor de puro gusto, buscando la eventualidad de tener un encuentro "casual" contigo. Como nunca ha ocurrido hasta creo que ya no vives en el edificio. De ser así, los pasos de ritmo femenino son de otra, y ya ni sentido tendría ilusionarme conque son los tuyos. ¡Tan difícil es hacer contacto contigo!

Debo enseñarte mis textos para que opines, quizás no sean tan malos y ordinarios como asegura mi tía Zoraida pese al buen uso que les da para matar su insomnio. Además me gustaría escucharte si has escrito algo nuevo. ¡Eso! Creo que le estoy tomando el gusto a la literatura. ¡Sin exagerar! Pues mira, he estado muy solo y al pretender leer me es imposible concentrarme. Lloro todo el tiempo, excepto cuando recuerdo mi hilaridad y el baño de tuco, entonces no puedo evitar la risa. Por supuesto eso no me causa orgullo alguno.

Espero que esta vez no me ignores como hiciste con los mensajes anteriores. Llámame e iremos a cenar, han inaugurado un restaurante, que no es exclusivo, pero lo frecuentan poetas e intelectuales. Además no es tan caro como la porquería de restaurante italiano exclusivo al que fuimos tras tu entusiasmada sugerencia. Pienso que estaría bueno conocer este otro, y sin ti de seguro no me permiten ingresar.

En todo caso, no necesariamente debemos ir a cenar o decir poemas, quizás podríamos intentar algo menos peligroso y que los dos disfrutemos. Algo más íntimo y discreto, no tan sofisticado como un patético restaurante italiano exclusivo y, si es posible, tenga al menos una cama en suite. (¡No hay caso, soy un animal inculto! ¿No es cierto?)

Mejor lo dejo por aquí, un fuerte abrazo, y ya lo sabes, llámame.

 

Patricio


 

P.D por las dudas: Soy el vecino de abajo. Te auxilié cuando un corto circuito dañó tu calefón el verano pasado. Viniste a tomar un baño a mi departamento y por el favor aceptaste cenar conmigo luego de exigir hacerlo en ese maldito restaurante italiano de lujo. ¿Recuerdas?

He tenido la osadía de incluir un glosario. Si bien lo entiendo innecesario dado tu alto nivel cultural, lo incluyo para que comprendas qué con esfuerzo podría llegar a interpretar tu lirismo.

Glosario:

[1]Delicioso alimento de los dioses según los mitos griegos. Al parecer gachas de cebada, aceite y frutas picadas. Otras versiones mencionan un hongo alucinógeno del tipo “amanita muscaria”

[2] Licurgo rey de los Edonios, se opuso salvajemente a Dioniso con un aguijón y capturó a todo su ejército, con excepción de Dioniso, quien se sumergió en el mar y buscó refugió en la gruta de Tetis.

[3] Hongo crudo que produce alucinaciones, visión profética, desenfreno, insensatez, energía erótica y gran fuerza muscular. Luego de un éxtasis de varias horas se cae en una inercia completa. Su ingesta explicaría la fábula según la cual el ejército de Ménades y Sátiros de Dioniso, borracho de ambrosía, fue derrotado por Licurgo, armado con sólo un aguijón.

[4] Sacerdotisa del oráculo de Delfos.

[5] Dioniso: Dios borracho adorado por los centauros pues les otorgaba un salvaje y erótico banquete otoñal llamado “la ambrosía". Los participantes juraban guardar silencio acerca de lo que comían y bebían, tenían visiones inolvidables y se les prometía la inmortalidad.

bottom of page