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Se han movido abusando de la candidez universal hasta mostrarse hoy sin máscaras cual realidad insoslayable.
Se trata de esa actitud de prepotencia avasallante observada con indiferencia por el ámbito mundial y que puede terminar pagándose caro.
Cinismo, hipocresía, desparpajo y una soberbia de ribetes insanos.
Nada importa el resto, sólo la propia hegemonía. El mono con revólver que amenaza a quien le viene en gana de forma constante. Ese espíritu pernicioso -por lo general importados por las ONGS- es lo que pretende parodiar este relato..
"El régimen", serie de MAX,  satiriza esa actitud mezquina y la venalidad de sus víctimas. Algunos ni con esas evidencias despiertan. Lamentable.

Daños colaterales

Regocijaba mi ánimo leyendo sobre nuestra gesta en Irak, cotejando las acciones y comprobando que igual ímpetu nos derramó hacia el lejano oeste, conquistando las tierras de los salvajes y herejes pieles rojas. Así es como lo manifiesta y exige el destino.

 

La “ONG” que nos ampara atiende la pobreza infantil, y nosotros la voluntad de los mayores a como dé lugar. ¡Ja! Si hasta resulta cómico ver con cuanta deferencia nos atienden sus líderes genuflexos, más atentos a sus bolsillos que a realizar buenos gobiernos para sus pueblos.

 

En la actualidad, aquél viejo espíritu nos mantiene asediando a China, México y Venezuela. Además apoyamos a Ucrania, y con gran éxito fogoneamos el genocidio del pueblo palestino, sin tener demasiado en cuenta varios conflictos menores por aquí y por allá. Todo ello sin que perdamos de vista el petróleo de los sectarios árabes y mantener a raya a los bárbaros y asquerosos rusos. ¡Estamos en todas!

 

Sin embargo estoy muy apenado, nuestra querida Victoria Nuland, artífice de la destrucción europea y que tanto nos ha favorecido, ha sido obligada a renunciar. Como dirían estos sudacas a los que estamos inundando de ongs para joderlos en buena forma: “La sacaron del culo”. ¡Qué Injusto! ¿O será otro ardid de nuestros grandes cerebros?

Pero bueno, me encontraba en esas importantes meditaciones cuando fui sorprendido por la aparición intempestiva de un hombre latino asquerosamente vulgar. Fue tal la sorpresa que casi no debí simular entrar en pánico.

No fue difícil fingirme petrificado pues colaboraba su voz parca, autoritaria, de grave tono. Bueno, en realidad algo de temor me causó, pero debido a la sorpresa. Sobre todo debido a que Mónica estaba ausente.

 

Sin perder la calma me mantuve detrás de mi escritorio, rogando que no llegara a mis narinas el aliento fétido de su boca mal cuidada. Además necesitaba que se marchara cuanto antes: aguardaba a Mónica para desembarazarnos del cuerpo de la muchacha. Esta presencia indeseada podría retrasarnos o entorpecer nuestra tarea intervencionista en este sórdido paraje industrial al que debemos agitar de forma urgente. Rusia merodea la región debemos detener su avance.

—Por favor lleve usted cuanto quiera, todo es suyo, se lo doy. ¡Pero no me lastime por favor! —dije, ampliando ese temor que no sentía a la vez que ensayaba un exagerado estilo Jim Carrey:

 

—No lo reconoceré ante la policía. Cuando describa sus rasgos diré todo lo contrario a lo que usted es. Diré que era hermoso, rubio y bajito, con aspecto débil... O no, si lo prefiere no diré nada, simularé estar en shock. O mejor, no llamaré a la policía, quedemos así. ¿Le pare...


—¡Cállese! —vociferó como si tuviese motivos para odiarme. Supuse que no los tenía y hasta habría jurado que nunca los tendría. Ni él ni yo lo sabíamos aún, pero los tenía. Sí que los tenía.

 

Estos mestizos desagradecidos deberían adorarnos y valorar la preocupación con que ordenamos sus asuntos. ¿Qué sería del mundo si nosotros no nos ocupáramos de imponer respeto y limpiar la basura?

 

Luego de su exigencia guardó silencio. Traté entonces de disuadirlo de que se fuera antes que llegara Mónica. La torpe había dejado la puerta sin llave, sabiendo cómo están las cosas por estos rumbos sudacas.

 

—Además, en unos minutos llega mi novia. Si lo ve se pondrá histérica y algún vecino puede enterarse.


Esa vez el español me salió perfecto. Tal vez por eso el hombre pareció interesarse y abriendo aún más sus grandes ojos preguntó:


—¿Crees que a los vecinos les importa? Están muy ocupados buscando el pan que nos quitan. ¿Mónica es bonita?

 

Evité sonreír, pensé que el idiota merecía conocerla. Máxime ahora que está tan disgustada de tener que soportar la vida aburrida de este miserable pedacito de mapa, atiborrado de pocilgas con pardos muertos de hambre.

 

Por esa razón me he sentido obligado a permitirle algunas de sus distracciones favoritas, aunque a veces tenga la sensación de que el día llegará en que sobrepase los límites y debamos recurrir al plan: “Pies en polvorosa”.

—Si, bueno, pero usted no querrá... No deseará conocerla. ¿Para qué? Cuanto menos trascienda todo esto mucho mejor —contesté de inmediato:

—Tal vez no venga después de todo. ¡Sida! Ella tiene Sida; la pobrecita...

—Yo también.

—¿Ud. también? ¡Oh no! Lo dice en broma, seguro. Ha pensado que quise intimidarlo, claro, lo comprendo. ¡Pero si hoy es martes! ¡Qué distraído soy! Ella hoy no viene, los martes ella...

—¡Cállese!

Debí callar entonces, al parecer el tipo adoraba el silencio. No quería observarlo demasiado pero mis ojos transitaban hacia él como patinando en un declive. Lamenté no estar preparado para darle su merecido, mis funciones son tácticas. Para la parte activa tenemos a Mónica, tan belicosa que nada tiene que envidiarle a la propia Nulan.

La campera del sudaca era negra, vieja, y tenía lamparones mugrientos. También su pantalón estaba ajado y sucio. Llevaba la típica apariencia de esas personas de baja moral con las cuales nos cruzamos a diario en estos suburbios subdesarrollados. Todo un delincuente tercermundista.

Ese paseo por mis ideas, tomando neto conocimiento de su indumentaria, me llevó a reparar en el olor. Su ropa olía muy mal, con una confusa mezcla de fritanga, tabaco barato, humedad y exceso de uso... aunque el tufo también podía provenir de la habitación vecina, donde nos aguardaba la chica.

Inmóvil como estaba comencé a sentirme incómodo, mas no quería molestarlo. Recordé, ante su grosera actitud, el tupé de aquellos impertinentes que osan decir a nuestro embajador que parecemos ser al mundo como el matón del barrio. Tontos: a alguien deben respetar mientras no se respeten a sí mismos. Nunca lo harán, siempre habrá un político vendepatria que nos abra las puertas dispuesto a recibir nuestras órdenes y nuestro dinero fiat.

—¿Dónde está la pasta? —Dijo. Me causó gracia. "La pasta", pensé en el dentífrico y en un plato humeante de espaguetis. Se me ocurrió que la idea de asaltarme lo había acosado viendo en TV un policial de los nuestros, estereotipado y vacío pero lleno de artilugios y efectos extravagantes.

Lejos estaba de sospechar que él no había sido el único en fijar nuestra vivienda -base de operaciones- como objetivo, sino que hasta es posible que el tema ha de haberse manejado en familia. Aunque tal detalle quedará en sospecha.

Le señalé el armario a sus espaldas. Se volvió con desconfianza y luego se movió de lado hacia allí, sin separar sus ojos y su odio de los míos. Tuve la sensación de que pese a tener su arma y el dominio de la situación su resquemor lo mantenía alerta.

Eso también llegó a causarme gracia. Pensé en que después de todo había razones para que recelara de mí. Estaba en mi hogar, lugar al que no había sido invitado, amenazándome con un arma y estropeando la alfombra con sus deportivos sucios de barro.

Sólo por eso Mónica armaría un escándalo, y Joe aceptaría mi sugerencia de suspender la ayuda humanitaria, dejando de enviar armamento obsoleto al ejército de estos aborígenes para que se maten entre ellos.

Recordé la estatuilla de "Diana cazadora", premio obtenido por mi novia (bueno, nos revolcamos de vez en cuando) en un concurso fotográfico a propósito del morbo que una revista para adultos realizó el año pasado. La usaba de pisapapeles y si nunca la había desechado se debía pura y exclusivamente a la suposición de que algún día me sería útil. ¿Puede creerse? Lo difícil era decidir si hoy era ese día.

Mientras yo cavilaba el hombre había comenzado a abrir y cerrar los cajones del armario. Ya no podía prestarme mucha atención pero igual dudé en actuar o no. Tal vez lo mejor sería dejarlo llevarse el dinero, demasiado no era al fin y al cabo para mí poco significaba.

En eso comenzamos a percibir el sonido angustiante de una sirena. Al sentirla se volvió de inmediato hacia mí.

—¡Yo no hice nada! —dije.

El ratero debió suponer que le mentía y en realidad había activado alguna alarma, pues se puso tenso y emanaba esa habitual desconfianza por los "gringos" que algunos nostálgicos de la Unión Soviética todavía ostentan.

—Trabaje tranquilo —dije, pretendiendo dar a mis palabras el tono de seguridad y aplomo que nos caracteriza —sólo quedan dos cajones.

El sonido del patrullero comenzó a alejarse y la “serenidad” regresó a nuestros cuerpos, este fardo era un asunto particular nuestro y nadie debía inmiscuirse. Cada cual debe respetar el apremio de sus circunstancias, y siempre en la naturaleza el pez grande devora al pequeño.

¿De qué nos vamos a extrañar? El caos nace con el universo y no con nuestras falsas ambiciones democráticas, como suelen afirmar algunos jefes de Estados terroristas que ya no se tragan nuestro cuento.

En el siguiente cajón que abrió descubrió el fajo de billetes. Lo tomó de inmediato y lo hojeó con avidez. Pensé que se iría, pero el hombre era ambicioso y examinó el otro cajón.

Entonces vio las imágenes. Jamás pasó por mi imaginación que la joven muerta podría ser su hermana. Se quedó lívido. Con la compulsión de pasar la vista sobre una y otra fotografía su arma cayó sobre la alfombra disparándose. El impacto astilló el vidrio de la ventana y se perdió en el aire fresco de la mañana.

Aprovechando la confusión tomé la Diana cazadora y se la arrojé, intentando emular la precisión de Michael Jordan a punto de encestar un triple en el último segundo del encuentro que su equipo pierde por un par de puntos con, además, la potencia de un punch de Tyson dando de lleno en una quijada que se parte.

Fue una buena encestada pero estuvo muy lejos del nocaut: la estatuilla de bronce hundió su codo en el mentón del tipo antes de caer también sobre la alfombra. Mientras sus ojos parecían devorarme llevó su mano hacia su rostro sangrante y fue cuando lo dijo:

—¡Es mi hermana!

Entonces me sentí realmente en peligro y temí por Mónica. ¿Quién podría imaginarlo? La muchacha había venido un par de días atrás ofreciendo hacer la limpieza. Al menos eso dijo, aunque su actitud me pareció diferente. Realmente me dio la sensación de que se me insinuaba y le sonreí.

En cuestiones de seducción el idioma no es imprescindible, al contrario. Mientras pensaba en qué decirle ella se recostaba al marco de la puerta viendo hacia dentro con curiosidad. Cuando el silencio entre ambos fue demasiado profundo ella exclamó: ¡Qué linda casa!

—¡Era mi hermana hijo de puta! —repitió el simio gritando a toda voz y se abalanzó sobre mí, zamarreándome al tiempo que oprimía mi cuello con sus garras mugrientas. Aun me asquea recordar sus uñas de largos bordes negros, sucios, asquerosos.

Comencé a quedarme sin aire evocando la vulgar dulzura de su hermana. Porque algo me había dado ya la certidumbre de que sí, realmente había sido su hermana.

Se trataba de una morenita hermosa, algo desvergonzada, ardiente. Ella olía bien y le permití entrar. Pasó a mi lado rozándome como al descuido. Recordé haberle enseñado el mismo fajo de billetes que ahora el hombre despreciaba. Ella, por el contrario, creyó que se lo daría realmente, y si alguna duda tenía la desechó cuando tomé su mano y pregunté:

—¿Quieres conocer el dormitorio?

Se encogió de hombros como si no le importase pero le brillaban los ojitos. Y luego... ¡Guau! Sí que logró encenderme. ¡Mónica es tan insulsa!

Así que allí estaba, luchaba con el mestizo con las pocas fuerzas que me restaban y al borde del desmayo. Lamenté no hacer por lo menos la mitad de los ejercicios que realiza Mónica.

Forcejee con él y logré por un instante retirar sus manos de mi cuello. Respiré una inmensa bocanada de aire, lo suficiente para tomar impulso y gritarle en un espasmo tortuoso:

—¡Mónica fue quien lo hizo y tomó las fotografías! Yo aparezco en ellas, no pude haberla matado.

Primero lo dije en inglés y se sorprendió. El indio ha de haber creído que le mandé un conjuro mágico. ¡Son tan ignorantes! Luego como pude repetí la frase en su idioma obligándolo a razonar. A la vez, me dio la impresión de que la intriga lo carcomía. Quería saber más y retiró unos centímetros sus manos pringosas.

Se sentía dueño de la situación y de toda la inquina del planeta. Noté que sus ojos estaban húmedos y comprendí que sin lugar a dudas era hermano de la chica. Ella también los tenía húmedos -pero por otras razones- cuando estaba desnuda sobre mí y entró Mónica con la cuchilla.

Al comienzo, viendo el gesto del rostro de la muchacha creí que había llegado al orgasmo. De inmediato descubrí a Mónica ensañándose en su espalda. La chica cayó desplomada sobre mí, regándome con su sangre impura.

—¿Quién es Mónica? —preguntó el salvaje que me sometía.

—Ella —dije señalándola detrás al mismo tiempo que se tranquilizaba mi respiración y brillaba en mis ojos la alegría.

El hombre se volvió a medias pero creo que no llegó a verla. Fue como si la escena ocurrida cuarenta y ocho horas antes volviera a repetirse.

Vi la cuchilla salir de su omóplato y enterrarse en su cuello. Luego, aunque no podía apreciarlo, intuí que se internaba en su espalda varias veces más. Al culminar, Mónica me observó con su inmanente fatuidad y los pómulos salpicados con sangre. En esta ocasión no pude censurarle nada y sentí que la amaba desde el alma. Es que ha había comenzado a aceptar que mi valiosa vida terminara en manos de una escoria tercermundista.

—Siempre serás mi marine favorita —dije, aún agitado pero con la alegría de volver a respirar sin dificultad.

—Y tú mi inútil diplomático de manteca —bromeó ella—. Me debes una buena cogida, pero no ahora, primero las fotos.

Mientras el hombre comenzaba a enfriarse Mónica me trajo a la realidad con su apacible comentario:

—Conseguí bolsas grandes y fuertes, como las del año pasado —anunció antes de salir. Volvió instantes más tarde con la polaroid -tiene manía por esa máquina antigua- y repitió con el pardo su locura gráfica de la otra mañana hasta agotar el flash.

—¡Con éstas atropello en otro concurso! —dijo sin poder ocultar su alegría. Yo en tanto encendía un cigarrillo ante el afloje de la adrenalina que me provocan las actitudes de Mónica. Me preguntaba también qué falta nos haría que ganara nuevamente. ¿Obtener una segunda Diana cazadora?

Anochecía cuando volvimos de librarnos de los cuerpos. Mónica bromeó con que mañana viene a morirse el aborigen padre. De inmediato continué leyendo artículos periodísticos que misiones anteriores me obligaron a postergar.

Me causaron gracia los intentos de quienes, a través del Tratado de Roma, hace unos años, pretendieron instaurar la Corte Penal Internacional con fines de juzgar crímenes de lesa humanidad y genocidio. ¿De veras pensaban detenernos?

Ya antes George, nuestro aturdido cowboy espacial, logró en su momento conseguir que varias naciones firmen acuerdos bilaterales. No cualquier acuerdo, sino los que otorgan inmunidad a ciudadanos norteamericanos que cometan delitos fuera de su tierra. Como sea, llegado el caso los cumplimos o no, según nos convenga.

Asombra lo ansiosos que están los dirigentes de la mayoría de los países en firmar acuerdos con nosotros. Nos elevan, nos hacen sentir superiores. Bueno, lo somos. ¿No es así?

Pero en estos momentos no sé bien qué pasa, este Biden no emboca una. No corren buenos tiempos, el dólar tiene poca vida y hasta lo del “destino manifiesto” está puesto en duda.

El caso es que en estos andurriales siempre los dejamos con un palmo de narices. Después de todo... ¿Qué saben estos sudacas de moral y justicia?

—¿Lo estamos haciendo? ¿ Los tenemos ? —dijo Mónica.

Teníamos nuestras pequeñas frases de congratulaciones. Uno de nosotros hacía la pregunta y el otro decía la respuesta.

—¡Claro! Los tenemos, siempre los tenemos. De alguna forma Joe terminará ganando y acomodará el mundo.

Nos guiñamos mutuamente y, aprovechando el resto de adrenalina que aún nos quedaba, acepté la exigencia de Mónica en que le retribuyese su ayuda. Así que tuvimos sexo.

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