Historia tonta, para leer fumando un cigarrillo mientras la espero
Baby Soriano Memorial
Baby Soriano andaba mal. Tenía la apariencia de ser el tipo al que cagan las palomas, salpican los coches y se resigna a la sopa fría. No nos halagaba estar a su lado, nos molestaba que por ser considerados sus amigos se nos tratara de semejantes. Acaso fuese la proximidad de su hermana –belleza del barrio– la razón por la cual tolerábamos su presencia.
La iba de matón, hablaba a lo taita, al vezrre, esa suerte de lunfardo que ya no existe más que en sujetos como él. Como si fuera poco alarde de personalidad, caminaba panzón por querer sacar pecho, moviéndose al estilo gánster de Chicago. A pesar de eso habríamos apostado que moriría antes de empuñar un arma y acaso así fue.
Tampoco supusimos que estaba tan desesperado, no por morir sino por tomar las armas. Cuando ocurrió su debacle nos enteramos por los comentarios de testigos ocasionales y de Álvaro, quien lo visitó en prisión mientras le fue necesario.
Al parecer la idea tomó por sorpresa al Baby junto a la tercera cerveza de aquella noche. Asumió que había llegado su hora de actuar de prisa y cumplir con efectividad. Suele suceder que la prisa atenta contra la efectividad, pero él no era de esos tipos aburridos que piensan demasiado. Y menos sobre tonterías filosóficas como las de Álvaro.
No recordaba cuantas cervezas más tomó después, pero sí que despertó con terrible resaca y su decisión tomada. Tal es la forma en que lo ha contado y ante falta de otras opciones nos quedaremos con esa. Así que sale por la mañana medio dormido y dobla aquella esquina donde ensayan o filman –como sea– una pequeña escena para un comercial.
El Baby, aun entre vapores etílicos, no advierte los pormenores del momento e ingresa al comercio a realizar su primer atraco. Allí se da la equívoca situación en la cual intenta robar al actor que está representando al dueño del negocio.
El actor, tras un instante de duda le abre paso tras el mostrador: —¡Llévese lo que quiera! —le dice—. Pero deje tranquila y en paz a la coprotagonista que no tengo otra —y se echa a reír, de nervios o de gracioso nomas.
Confundido el Baby titubea, lo cual aprovecha un guardia de seguridad que oficiaba de mirón para lanzarse sobre él y desarmarlo.
—Malo para "Baby Soriano" —dijimos con muchísima pena no exenta de relativo alivio, pues aunque era un sujeto muy pesado, no lo era en el sentido que dan a ese término en el hampa, sino al que le da el resto del mundo. Para tenerlo cerca había que tener mucho aplomo, tiempo para perder y paciencia, mucha.
Así que pasó una breve temporada donde sólo llegaba a través de los comentarios de Álvaro, ningún otro fue a visitarlo a la prisión. Si bien nos daba pena no era fácil imaginarse escuchando, aun en esa situación, los desbordes de su ego.
—Está junto a otro recluso. Uno medio raro, con muchos años de cárcel y que parece guardar un importante secreto. Cucho, le dicen —comentaría Álvaro ampliando detalles. Su defecto era que después de sus breves comentarios sobre Baby apuraba reflexiones amargas o incongruentes del tipo: “La vida es una mancha de humedad en la ventana, un papagayo surrealista con olor a coño y a billetes. Por eso es mejor un buen estómago que un gran corazón”.
Poníamos mayor atención a las novedades que traía Álvaro cuando se trataban de frases sueltas. Las largaba de repente, mientras los demás en el bar jugábamos billar o bebíamos recostados al mostrador o rodeando una mesa.
—Al compañero del "Baby" todos lo respetan, ha lastimado a muchos, y parece que cuanto más anhela la libertad más se hunde.
En esa oportunidad a mí me pareció irónica la situación.
—¡Tal para cual con el Baby! —exclamé. Álvaro me miró con una de esas miradas que lastiman, odian y acaso prometen golpes. Al parecer tenía más ansiedad en largar todo que en discutir, pues en lugar de eso agregó:
—Dice que el tal secreto mantiene a su compañero fortalecido, ilusionado. Pero de eso al Baby ni palabra. Él sujeto se vanagloria ante todos de poseer ese as en la manga que lo hará otro hombre al salir.
Y quien salió de escena fue él, Álvaro, rumbo al baño. Cuando volvió –descarto que sin lavarse las manos–, tomó un puñado de maní salado y se lo mandó de un envión garguero adentro. Viendo que todos lo observábamos largó otra:
—Baby piensa que toda esa historia del secreto es un cuento chino de Cucho para protegerse. Que la avidez ajena y su boca cerrada lo mantendrán con vida. Siempre habrá algún ambicioso cuidando que no lo maten. ¿Entienden eso? Yo no. “La vida es un buen polvo y un escupitajo, una loción inigualable que se vuelve vómito asqueroso. Se la puede encarar con las garras afiladas o con el alma como relleno de almohadón, depende de a dónde se pretenda llegar”.
Una noche intercambiamos ideas entre los más sosegados sobre las reflexiones de Álvaro. Ninguno pudo determinar de dónde las sacaba, qué buscaba al decirlas y si acaso creía que tenían algún valor. Y vimos que la postura des matón de papel de Baby podía compararse con la actitud de Álvaro en cuanto a la filosofía. Ambos encarnaban personajes al borde de la sátira.
No recuerdo cuál de los presentes laudó entonces con alta cuota de acierto: “La conversación de Álvaro es como un hueso, sólo la médula es digerible”. Y sin darse cuenta ocupaba el tercer lugar en el podio detrás de los ridículos antes mencionados.
Ver aparecer a Álvaro en la puerta era señal de noticias frescas: —Cucho murió lleno de tajos, encontró uno más fiero que él. Durante sus últimos minutos de vida pidió que lo dejaran a solas ¿con quién? Adivinen: Sí, el Baby Soriano.
Nada respondimos cuando preguntó ni nada dijimos cuando calló. Sabíamos que aguardaba una lluvia de preguntas para hacerse el interesante. Si nada decíamos largaría todo sin andarse con vueltas.
—Los demás presos creen que el Baby conoce el famoso “secreto” y tiene un miedo bárbaro. “Vivir es como deslizarse por un riel, pero hay que estar atentos a que la locomotora no nos pase por encima”.
—Malo para Baby Soriano —volvimos a decir con pena y resignación.
Cierta noche advertimos que Álvaro andaba taciturno. Miraba desde un rincón y casi no había tocado la copa que hacía rato le habían servido. Alguno le preguntó cómo estaba el Baby.
—A Baby se le está complicado la vida en prisión. Me da pena... “La vida es como una ramera, tan despreciable como maravillosa, y para beber su leche tibia hay que meterse sin asco bajo la vaca”.
Aquellas fueron de las últimas frases sustanciales de Álvaro acerca de nuestro presidiario y también de su filosofía barata. Más adelante, cuando aún se daba una vuelta por el bar, al ser preguntado se limitaba a decir:
—Mandó saludos. Está bien. Tuvo una gripe muy fuerte. Andaba sin cigarrillos, le dejé la media cajilla que llevaba.
La única diferencia del “antes” con el “ahora” fue que en el ínterin, y para beber la leche tibia de la vaca, Álvaro se casaba con la hermana de Baby. Luego las cosas comenzaron a rodarle bien, o “muy bien” dijera alguno. Entonces dejó de visitar el boliche del Vasco en forma definitiva.
Nosotros de todos modos y con relativa frecuencia recordábamos a Álvaro y sus ojos helados. Los de nuestro grupo que no entendían su afinidad con Baby pudieron al fin justificarla con las nupcias. Al parecer tal apego venía por el lado de la hermana. Como sea, dejamos de ver a Álvaro.
En lo personal, la última vez que lo vi fue en el velatorio de Baby, muerto en una riña en la penitenciaría nunca aclarada.
En ocasión del sepelio alguno destiló su veta de humor negro manifestando: —En realidad ha padecido un accidente. Se degolló al afeitarse con una navaja "Samurái" luego de beber media botella de "Sayonara Scoch". —Y aunque la ocasión lo ameritaba, quien habló no acostumbraba reflexionar sobre la vida.
Tampoco Álvaro lo hizo. Estuvo muy nervioso ese día y cuando se aproximó al féretro sentí, con total claridad, que preguntaba al eterno gesto de desgraciado de Baby Soriano:
—No confesaste a nadie nuestro secreto ¿Verdad?
Al percibirme me miró con odio tal que estuve a punto de confirmarle que no soy cura. Desde entonces no ando muy bien y por eso me vino Baby a la memoria.
Tengo la apariencia del tipo al que cagan las palomas, salpican los coches, y se resignan a la sopa fría. Ayer nomas casi me atropella un coche. La semana pasada una maceta por poco me parte la cabeza, y he rehuido cobardemente dos riñas con desconocidos.
Por supuesto no beberé cerveza ni intentaré robar ningún comercio. Pero cualquiera en mi lugar supondría que Álvaro tiene algún secreto que podría dar respuesta a mis problemas. Y sí, la vida a veces nos arrastra sin que podamos zafar de su inercia. Además yo, aunque a nadie lo he dicho, doy mejor perfil como gánster que cualquiera de ellos.
Estoy seguro que Álvaro quiere quitarme de en medio pues lo oí hablarle al muerto de cierto secreto. Debo ganarle de mano. Encontraré la forma de llegar hasta ese hombre importante en que se ha convertido. No en forma directa, por supuesto. Pues al contrario que Baby no creo en la desgracia perpétua.
Veré de transferirle accidentes con autos, lluvias de macetas y sopas frías. A veces muero por augurar en nuestro grupo el deceso de Álvaro, pero no soy tan lengua floja. Además, punto importante, no me importaría casarme con una viuda. Y eso es debido a que siempre estuve loco de amor por la hermana de Baby Soriano.