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Cualquier semejanza a la genética de Gregorio Samsa es pura coincidencia. Tampoco existe prueba fidedigna de que guarden algún tipo de relación. Pese a ello se investigará.

Informe Cúcaros

Al recibír la llamada del Dr. Stein los recuerdos me retrotrajeron a mis dichosos años de estudiante universitario. Nunca habría imaginado qué el motivo de su llamado se originaba en secuelas de cierto episodio que en su momento careció de importancia.

Además, ya había apartado de mi mente la existencia de alguien llamado Francisco Lorente, a quien admiré y por el cual sentí sana envidia en mi juventud.

—Debo ir a Australia y me gustaría que me acompañaras, gastos pagos por supuesto. Eres mi único vínculo con ellos y no

deseo ir sin alguien de confianza. Nos urge evitar que ocurra un suceso aberrante vinculado a los “Cúcaros”. ¿Recuerdas?

 

Su referencia no asomó de inmediato en mi mente pues quedó relegada ante otras visiones. Mientras Stein hablaba sobre aquello mi cerebro evocaba el andar ondulante de Camila Bosé por los pasajes de las residencias universitarias. Frente a una de ellas una pareja de ancianos me alquilaba una modesta pieza.

 

—¿Oceanía? —Inquirí, luego que la imagen de Camila se disipara y tomase real conciencia de la propuesta —¿Por qué no la Luna? ¿Y mañana mismo?

 

Mientras hablábamos mi mente extraía con profusión detalles de aquella época. Entonces el Dr. Stein encabezaba el área de investigación de la empresa alemana que me otorgaba una pasantía laboral.

 

Allí, en el laboratorio de biología molecular, aprendí a respetarlo. Tanto por su profesionalismo como por su don de gente y cualidades de mentor. En definitiva, iniciamos una amistad que el curso de la vida dejó atrás.

 

A poco de mi ingreso lo hizo Francisco Lorente, con sus flamantes título y matrimonio. En su caso, llegaba para culminar un postgrado.

—¡Está bien, trataré de coincidir con su vuelo hacia Australia, deme los datos! —dije, sin pensarlo demasiado, ignorando que allí nada grato me aguardaba.

Dadas mis circunstancias no cuento con la posibilidad de tomar vacaciones a sitio más lejano que la plazoleta de la otra cuadra. Se comprenderá mejor de qué hablo si aclaro que he dejado atrás una carrera inconclusa y un divorcio extenuante. Quedé con lo puesto y un blog en la red con el cual pretendo –sin demasiado éxito– salir del paso y realizar lo que me agrada: escribir.

 

Tomando nota de los detalles dictados por Stein veía a Francisco llevando de la cintura a Camila hasta el centro de la pista de “Escorpión”, donde bailaron con exagerados pasos de rock de los 50 y se llevaron el premio de la temporada.

Para mi gusto, Camila era la estudiante más hermosa de la universidad, y le habría manifestado mi amor si Francisco no se me hubiese anticipado un par de años, tiempo que me habría llevado tomar impulso.

 

Stein, alegando que ya lo haría durante las largas horas de viaje, optó por no adelantarme nada. Cuando lo hizo llegué a lamentar verme envuelto en semejante odisea. Después de todo no estaba tan desesperado como para aceptar cualquier cosa, de apuro, y en cualquier parte.

 

Lo cierto era que Francisco Lorente y Camila Bosé, estereotipos admirados de mi juventud, estaban involucrados en una situación cuyo desenlace resultaba impredecible.

 

Asientos separados, no hablamos palabra durante el vuelo. Apenas tocamos tierra, en lugar de un taxi Stein llamó a la policía, con lo cual mi despiste llegó a ser descomunal.

 

Cuando llegaron los uniformados, sin mediar palabra Stein abrió la puerta del patrullero y me introdujo tras él. Con los ojos atónitos ante la situación, ambos oficiales se negaban a trasladarnos sin explicación razonable. Stein, de forma convincente, se ingenió en lograr el objetivo. Recuerdo las facciones de su rostro al hablar, actitud que ameritaba asistir tan grave y perentoria demanda.

Advirtiendo que los funcionarios titubeaban clausuró preámbulos, les dictó una dirección, y desentendiéndose de ellos giró su vista hacia mí: —Allí viven —aseguró.

 

La casa estaba en absoluto silencio y desde el exterior no se advertían signos de anormalidad. Nadie acudió ante nuestro llamado y Stein no dudó en ingresar en forma intempestiva. Su acción fue valerosa. Yo temía descubrir algo ingrato y me mantuve lo más distante que pude, vacilante caminé detrás de todos.

Al presenciar la escena mis piernas se inmovilizaron. Algo similar ocurrió con los policías que nos acompañaban y casi caigo de bruces sobre uno de ellos cuando se detuvieron de improviso.

 

La pesadilla se desplegó en toda su magnitud. Aquellas figuras patéticas apenas se inmutaron con nuestra presencia. Nos observaron con una suerte de miserable tristeza y continuaron su repugnante tarea. Razones de delicadeza me inhiben narrarlo con mayor detalle. Recordarlo eriza los vellos de mis brazos y el asco se retuerce en mi estómago. Nada apareció en la prensa. Seguramente, de no darlo yo a conocer ahora, nadie sabría nunca que algo así ha ocurrido.

Mucho lo pensé y no sé cómo hacerlo. Sin plasmar detalles repugnantes, escatológicos, no lograría que ese episodio resultase una anécdota digna de leerse. Sin embargo he hallado la solución: transcribir el informe que el propio Dr. Stein ha entregado a la Comisión Investigadora.

Al tomar contacto con su declaración el lector podrá inferir lo ocurrido. En él constan, de su puño y letra, las circunstancias que derivaron en tan lamentable suceso. Así dice:

 

"INFORME CÚCAROS"


 

(Contexto en el cual germinó y se desarrolló la tragedia de la familia Lorente–Bosé)


 

Nos presentamos a este proceso, caratulado “Caso Lorente”, con intención de aportar cuanto pueda ser de utilidad, para esclarecerlo y solicitar en consecuencia un veredicto de inocencia. Tal vez inculpado alguno haya sobrellevado, jamás, experiencia de crueldad similar a la padecida por esta familia.

 

Quizás en los implicados no queden secuelas de los ocasionales trastornos orgánicos y metabólicos a los que se expusieron, mas serán permanentes los daños psíquicos y espirituales con los cuales habrán de lidiar de por vida.

 

Durante la mayor parte de los sucesos estuvimos al margen, siendo a la postre testigos directos del abominable acto ya conocido. El tema que nos convoca es delicado, y a efectos de hacer comprensivo el fatal desenlace, solicito que se me permita desarrollar la relación de acontecimientos desde sus albores.

 

Comenzaré la narración de los hechos indicando que parte de los descubrimientos científicos deben su existencia al azar. La

biología no escapa a esa realidad, y el caso que abordamos demuestra que ocasionalmente ocurren hechos fortuitos concatenados, cuyas implicancias resultan, a priori, inadvertidas.

 

Evocaré una situación que creo a todos nos ha ocurrido, y es la de percibir con el rabillo del ojo movimientos fugaces donde, al volver la cabeza en esa dirección, notamos que allí no hay nada animado.

 

Quizás ese fenómeno se explique con la existencia de un extraño insecto, poco perceptible por su velocidad y cuya morfogénesis ha sido causa directa de este horror sanitario. La forma en que se fue gestando este proceso lamentable se hará evidente con el transcurso de nuestra narración.

 

Quince años atrás se instalaba en Argentina una filial de la alemana “Químicos Grauert”. Empresa que me contrató para llevar adelante las investigaciones del “Departamento de Insecticidas”.

 

Pronto organizamos un grupo de colaboradores, entre los cuales destacaba Francisco Lorente, biólogo inteligente y dinámico, con ambición e impulso para desarrollar sus aptitudes. Haremos hincapié en su persona, pues su grave falta a nuestro protocolo interno lo tornó protagonista de este drama.

 

Según consta en el reporte médico–psiquiátrico que la empresa realiza a sus funcionarios, Francisco Lorente proviene de una familia de alto nivel social en cuyo seno alcanzó siempre cuanto su voluntad pretendía.

 

Si bien fue meritoria su obtención del título universitario, alguna vez debió responder ante la justicia debido a pequeños episodios irregulares. Sus compañeros de aquella época lo calificaban de “investigador persistente, excéntrico, afable y audaz”.

 

A inicios de ese año –1996– contrajo matrimonio con Camila Bosé. Entonces no llegaba a los treinta años y Camila, aun estudiante de Bellas Artes, era cinco años menor.

 

Desde el área experimental nuestro equipo intentaba perfeccionar y renovar el efecto mortífero del “Esteroidín K” sobre las cucarachas. Este producto, de nulo efecto residual sobre el medio ambiente, comenzaba a resultar ineficaz debido a su uso prolongado y a la facultad de estos insectos de adquirir inmunidad luego de algunas generaciones.

 

A fines de julio de ese mismo año verificamos el efecto producido en ellos por una nueva versión del referido tóxico. Se extrajeron ejemplares de los criaderos y se liberaron en los campos de prueba del laboratorio.

Una semana después se instalaron cámaras fotográficas sincronizadas, a efectos de realizar impresiones según determinados lapsos de tiempo. De esta manera se podrían apreciar los cambios operados en la colonia de insectos, y la repercusión en ella de la inserción de la toxina.

 

El azar, o la mala, suerte asoma cuando Francisco Lorente detecta en su hogar la presencia de cucarachas, y decide por su cuenta ampliar la investigación, sustrayendo muestras del producto que culmina vertiendo en los rincones de su cocina. Al igual que en el laboratorio, instala su cámara para que se active cada media hora.

Los datos recabados constataron, una vez que Lorente reveló aquellas fotografías suyas, la presencia en una de ellas –la primera para ser exactos– de un insecto diferente, de color gris metálico y abdomen sepia.

 

Lo extraño radicaba en su aparición conectada a una colonia de cucarachas, insectos gregarios, con medios defensivos colectivos enfocados a repeler intrusos. Intentó identificarlo en sus inventarios de ortópteros y al no conseguirlo nos enseñó la fotografía, sin que tampoco nosotros supiéramos catalogarlo.

 

Todo habría quedado en eso: una especie que no había sido descubierta antes. Pero Lorente continuó tomando fotografías.

 

En los días siguientes percibió que también la primera impresión contaba con el nuevo insecto, no ocurriendo lo mismo con las demás tomas fotográficas. Luego de esas dos instancias no volvió a aparecer en las imágenes el menor vestigio de esa extraña especie.

 

Al parecer fue Camila quién, tras ver los registros fotográficos, observó que al insecto desconocido no se lo veía en contacto con las cucarachas en ningún momento. En todas las secuencias se hallaba bastante alejado de ellas, prácticamente a la misma distancia, y en número de apenas uno o dos ejemplares.

 

Esto decidió a Francisco Lorente a adquirir una filmadora infrarroja y armarse de paciencia para dilucidar el enigma de esas extrañas y efímeras apariciones. Lo obtenido fue magro, apenas los primeros segundos de película contaban con el insecto exótico, pues comenzada la filmación huía con suma agilidad.

 

Aquello permitió al joven investigador algunas conclusiones primarias.

 

a) La velocidad de huida del insecto era superior en más del doble a las de las cucarachas, de por sí veloces.

 

b) Puesto que la cámara actuaba sin flash, era el leve susurro del motor de la filmadora al ponerse en marcha lo que espantaba al insecto, pasando sin embargo tal sonido desapercibido para las cucarachas.

 

Así que anotó en su cuaderno de notas aquellas cualidades: Velocidad – Sensibilidad.

 

En principio, para no distraernos de nuestra actividad, fui reacio a incursionar en la investigación del nuevo sujeto. Sin embargo, el éxito logrado con las mejoras a nuestro producto, nos dio la tranquilidad necesaria para apartarnos unos días de nuestra tarea habitual.

 

Como en el laboratorio no se había sido detectada la nueva especie Lorente ofreció trasladarnos a su casa. Mas Camila se mostró contrariada y sostuvo con su esposo una fuerte disputa.

 

Por supuesto, insistimos en retirarnos y abandonar el caso, mas Lorente se opuso en forma categórica, explicando que su esposa solía actuar de ese modo y luego cambiar de parecer.

 

Mas la situación mantuvo distanciado al matrimonio durante casi toda la investigación. Tal vez si hubiésemos dejado todo por allí nada hubiese ocurrido, pero a esa altura la curiosidad se había adueñado de nuestras voluntades.

 

Encerramos la cámara tras gruesos cristales y pudimos tomar secuencias íntegras del comportamiento del insecto recién descubierto. Al cabo de unos días el aporte a nuestras anotaciones se resumían a un dato y una duda: Las cucarachas evitan la proximidad del nuevo espécimen sin apelar a la secreción de feromonas defensivas. ¿Cuál era la causa?

 

Concluimos que necesitábamos extraer un ejemplar para estudiarlo debidamente. Tal cosa era difícil pues en movimiento resultaban prácticamente invisibles al ojo humano. De allí proviene nuestra acotación inicial en cuanto a la percepción de “algo” a lo cual, de fijar la vista, no se logra ver. También observamos que las toxinas que manejábamos parecían no afectarlos, y cuanto más avanzábamos mayores dudas teníamos.

 

Un día de agosto Lorente y su esposa –quien apenas disimulaba su encono– observaban la filmación nocturna que en ese momento se desarrollaba. Entonces lo ven. Uno de los insectos novedosos se mueve más lento, tambaleante, mientras las cucarachas parecen estar expectantes e inmóviles.

 

Francisco entiende que ése es el momento y decide no esperar. Cuando irrumpe en la cocina el insecto desfalleciente pretende huir con el resto de sus fuerzas, pero el investigador es más rápido y consigue atraparlo. ¡Aleluya!

Esa misma noche realizó los estudios y análisis correspondientes con el espécimen aun moribundo. Sus anotaciones, nuevamente, aumentaron nuestras dudas:

 

–Su abdomen contiene glándulas que secretan una sustancia letal para las cucarachas. ¿Podría emplearse en la elaboración de insecticidas?

–Carece de órganos reproductores. ¿Cómo procrean?

–Nunca antes se encontró ningún ejemplar, ni siquiera muerto. ¿Cuál es la razón?

 

Que su abdomen escondiera glándulas cuyas secreciones fueran mortíferas para las cucarachas incrementó al máximo mi interés. Si de algo me siento culpable fue de mostrarme demasiado entusiasta. Alenté la posibilidad de lograr, a partir de ese insecto, un insecticida biológico del cual las cucarachas no lograran inmunizarse.

 

A efectos de verificar personalmente aquellas deducciones solicité a mi ayudante los restos del insecto, ante lo cual Lorente exclamó:

 

—Cúcaros. Ese insecto se llamará "Cúcaro". ¿Me corresponde, no?

—Por cierto —dije sonriendo—. ¡Cúcaros! —Y pasé un brazo sobre el hombro de quién entendí un colaborador de brillante futuro.

Sin embargo cuando analicé el abdomen del sujeto no encontré vestigios de tóxico alguno, aunque no pude definir la acción de las secreciones que emitían sus glándulas con profusión.

 

En mi presencia, Lorente verificó mis palabras. Su capacidad de análisis, metódica y firme, lo llevó a continuar repasando mentalmente todo aquello y dio con la clave: él había analizado materia viva y yo materia inerte.

 

Casi al instante determinó la única razón posible: las características físicas del Cúcaro variaban con la detención de su ciclo vital, y algún mecanismo inercial modificaba la composición de sus secreciones póstumas.

 

Entonces comenzaron los aciertos. Durante las siguientes horas fuimos de asombro en asombro a la disipación de dudas. La filmadora mostró un nuevo insecto moribundo, sólo que esta vez permitimos la continuidad de la toma.

 

Expectantes, las cucarachas lo rodeaban desde la distancia. Recién cuando la inmovilidad del Cúcaro fue absoluta comenzaron a acercarse, titubeantes, con evidente sigilo. Luego que la primera de ellas llegó a rozarlo sin consecuencias, las restantes se abalanzaron en tropel sobre el intruso, devorándolo en menos de un minuto. Cuando aun no salía de mi asombro comenzamos a aceptar las evidencias:

 

–No se han hallado restos de la especie pues las cucarachas devoran hasta el débil exoesqueleto que los recubre. ¿Por qué?

Suponiendo que no se trata simplemente de apetito u odio racial volví a analizar la materia inerte del abdomen del Cúcaro capturado. Así comprendí dos cosas:

 

–El sabor de los restos del Cúcaro resulta sumamente agradable para las cucarachas. ¿Cómo un tóxico se torna inocuo alimento?

 

Tras someros análisis, se llegó a la conclusión que ello era inducido por el cambio de secreciones del insecto una vez producido su deceso, en cuya reducción química éstas operarían como catalizador.

 

La asimilación del abdomen producía en las cucarachas efecto similar al de un estimulante, afectando su sistema nervioso e incrementando su energía. Las características moleculares de la materia en cuestión dejaban lugar a la posibilidad de que hiciera semejante efecto en otros seres vivos, aun en los humanos.

 

Esa información, puesto que contenía elementos especulativos, se mantuvo reservada en espera de ampliar los análisis. Mientras tanto Lorente –según minuciosos apuntes que llevaba y cayeron en nuestro poder luego de la desaparición de la pareja– continuó investigando y examinando videos.

 

Advirtió que la actitud de las cucarachas había cambiado luego de su ingesta de Cúcaro. Se incrementó en forma incongruente su actividad sexual, prolongándose dicho comportamiento durante cuarenta y ocho horas.

 

Cuando me hizo el comentario decidí informarlo de mis deducciones, y Francisco ató cabos: Siendo el abdomen de Cúcaro en las cucarachas una suerte de afrodisíaco, su acción incentiva en alta proporción la secreción de feromonas sexuales.

 

Aunque los integrantes de esta rara especie son escurridizos logramos idear un método –basado en un dispositivo eléctrico– para extraerlos de la colonia. Lo activábamos desde la sala, observando en directo la filmación. Eso permitió que fácilmente  Lorente se hiciera de algunos ejemplares.

Al parecer, la tirantez en que se había sumido su vida conyugal lo llevó a experimentar en carne propia los atributos del abdomen de Cúcaro, compartiéndolo con su esposa.

 

Ignorando la audacia de mi ayudante, durante los dos días que desapareció de mi vista preferí no llamarlo y permitirle descansar. Si bien su ausencia no fue notificada, me pareció normal luego de tan extenuante investigación.

 

El caso es que Francisco y Camila se hundieron en una maratónica danza sexual que dejó al matrimonio en armonía. Lamentablemente, en esos momentos Francisco Lorente dejó de ser meticuloso, y apenas tomó magras anotaciones de las repercusiones anímicas y físicas que los envolvió durante la experimentación.

 

En tanto eso pasaba aquél hogar, me sorprendí descubriendo en el laboratorio, después de días de no verlos, nuevos ejemplares de Cúcaros. Extraje algunos para analizarlos y no encontré nada nuevo. Quizás por rutina y sin pretender hallar algo más, decidí realizar exámenes en las cucarachas, entonces el velo sobre el origen de los Cúcaros cayó y se hizo la luz.

 

Todas las hembras examinadas portaban aproximadamente un tercio de huevos que no eran de su especie, y cuando indagué los más grandes bajo el microscopio lo comprobé: de ellos nacerían Cúcaros.

 

He aquí la incógnita de su gestación parásita revelada: parte inducida a través de la genética propia de los Cúcaros ingeridas por las cucarachas, y parte aportada por la propia naturaleza de las cucarachas.

 

Tal vez el efecto causado en el metabolismo de las cucarachas fuese limitado, de allí el poder afrodisíaco de la ingesta que las impelía a copular de inmediato.

 

Pocos detalles más descubrimos de esta especie que a nuestros ojos pasa inadvertida. Cuando di a conocer el producto de nuestras investigaciones al resto del equipo puse de manifiesto que, si bien lamentablemente la toxicidad del abdomen de  Cúcaro no nos sería útil, pues culminaba apenas aquél detenía sus signos vitales, debíamos reconocer el mérito de Lorente como aplicado investigador.

A su regreso mantuvimos fuerte disputa, pues recién entonces me puso al tanto de su arriesgada acción y sus pretensiones comerciales. Venía resuelto a patentar el descubrimiento e iniciar un criadero para obtener y comercializar vientres inertes de Cúcaros como afrodisíaco, aun sin conocer las secuelas que podría acarrear su consumo

 

Me sentí traicionado, y lograr que nos permitiese la realización de análisis para verificar su estado de salud fue una pequeña batalla. Aceptó de mal talante y su humor dejó de ser el habitual.

 

De inmediato ordené los estudios necesarios al matrimonio. Cuando de ellos surgió la certidumbre sobre el embarazo de Camila, y la posibilidad de que fuese múltiple, su rostro empalideció por completo.

 

Tal vez no tuve la calma necesaria cuando alerté a la pareja de los peligros que corrían, algo que el propio Lorente muy bien habrá imaginado. Por mi parte el error más grande lo cometí al apremiarlos a que una Junta Médica determinara el camino a seguir.

 

Me consta que ambos deseaban un hijo más que a nada en el mundo, y quizás temiesen que se les plantearía la necesidad de interrumpir el embarazo. Tal vez fue esa la razón por la cual huyeron.

 

Se esfumaron sin dejar rastros de un día para el otro, llenándonos de asombro y preocupación. Algunos comentarios los hacían recorriendo Europa, otros que partieron hacia Norteamérica, e incluso hubo quienes acertaron al mencionar Australia como destino.

 

De inmediato realizamos las notificaciones correspondientes a las autoridades. Ignoramos si alguien se ocupó de buscarlos y si lo hicieron es obvio que nunca dieron con sus paraderos.

 

Pasamos todos estos años sin noticias de ellos y el incidente cayó en el olvido. El laboratorio desarrolló otras áreas y salí del campo de la investigación para pasar a dirigir el lugar. A la postre, tanto nosotros como ellos olvidamos definitivamente todo el asunto.

 

Mas llegó la hora en que el pasado regresa a cobrarnos las deudas de viejos errores. Parecería que a veces el destino nos extiende un dulce tan sólo para cortarnos la mano cuando vamos por él. Y disculpen esta digresión, pero mi pesar es demasiado profundo, máxime cuando debo afrontar el relato de las escenas finales de este informe.

 

Para ello debemos situarnos en los hechos suscitados escasos meses atrás, de cara a la realidad que fue rodeando a esta familia en forma contundente, impulsándola a experimentar la vivencia irregular que nos ocupa.

 

Las declaraciones son claras y coinciden en todos los aspectos. Los estudios realizados a los miembros de la familia y los resultados obtenidos no dejan lugar a dudas que ocurrió tal cual lo han detallado.

A la hora de determinar responsabilidades esperamos sea tenida en cuenta nuestra fría relación de los hechos, pues nos afiliamos al veredicto de inocencia.

 

Mediante la lectura de la correspondencia que Lorente comenzara a enviarnos meses atrás, nos enteramos que efectivamente tuvieron tres hijos, cuya niñez se desarrolló dentro de pautas de absoluta normalidad.

 

Sin embargo ciertas incoherencias, por ser tan paulatino el proceso, pasaron desapercibidas. Lo cierto fue que su hija Marlene había estado cambiando, mas los síntomas de iracundia que manifestaba parecieron propios de la pubertad.

 

Los patrones adversos, en un comienzo fueron tomados como naturales. Tanto físicos, atribuibles al desarrollo inminente, o psíquicos, por su condición de ser la única versión femenina de los trillizos.

Se vieron así conque la jovencita evitaba el contacto con sus familiares. Aquellos, a su vez, fingían no advertirlo o preferían que así fuese. Esto suele ocurrir entre adolescentes y progenitores, pero en este caso el rechazo tiene características especiales, más sórdidas y expuestas. Su proximidad intranquilizaba al resto, y apenas el hábito permitía que les pesara menos su presencia, limitándose los despuntes de agresividad a silencios y miradas recelosas.

La comunicación comenzó a ser prácticamente nula entre ella y su familia. Los padres consentían sus demoras con la tarea escolar y que se alimentara en la soledad de su cuarto. Marlene se acostumbró a llevar su vida con independencia, y aunque no caía en mal comportamiento, tampoco era palpable la natural empatía de quienes cohabitan.

Según consta en las epístolas, Camila comentó a su esposo sentirse extrañada de que su hija aun no se hubiese desarrollado. Él exclamó que no hay edad definida, y aunque interiormente sintió el revuelo de viejos fantasmas, cerró los ojos a la evidencia, como si de ese modo pudiera evitar que algo malo sucediera.

 

También se sucedieron comentarios de sus hermanos sobre el comportamiento de Marlene en el colegio. Cada día aparecía una señal, una luz de alarma que daba lugar a una nueva duda sobre la normalidad de la situación.

 

La docente –según consta en declaración que tuvimos oportunidad de leer– se había sentido nerviosa ante la proximidad de la joven. Por esa causa admitió que se sentara sola en el fondo del aula cuando aquella lo solicitó, “como si de algún modo hubiese escuchado su íntimo deseo” (sic). Sus compañeros se sintieron distendidos, alegrándose conque ella prefiriera aislarse.

 

Esta serie de detalles, analizados a la luz de la realidad resultan obvios y sintomáticos. Por eso es imprescindible tener en cuenta que para las partes involucradas fueron hitos lentos, que de irse sustanciando en forma natural y sin gran enfrentamiento se asumieron como normales.

 

De todas formas, el espíritu analítico de Lorente no tardaría en dar la lógica alarma, por lo cual comenzó a estudiar el conjunto de actitudes de la trilliza. Tomó así la determinación de iniciarle un pormenorizado chequeo físico.

 

La tarea no fue fácil. Para acercarse a ella con confianza y confesarle sus pretensiones debió luchar contra fuerzas internas antagónicas. Seguramente a Marlene le ocurría algo semejante, ambos han de haber lidiado contra el mutuo rechazo, evitando acercarse entre sí más de lo imprescindible.

 

Superando la aversión al contacto y una vez encaminado su análisis, Francisco no tardó en ubicar las diferencias fisiológicas que el cuerpo de su hija poseía con relación a cualquier persona normal.

 

Encontró en lo profundo de los ojos de la adolescente el miedo, y tal vez una inocente súplica demandando ayuda. A ojos vista era una hermosa jovencita de aspecto bastante similar al de su madre. Pero un áurea desagradable la envolvía, algo inexplicable, incomprensible, que seguramente habrá desconcertado a los jóvenes que, viéndola desde la distancia, se hayan sentido atraídos por su figura.

 

Lorente la sintió desvalida y la culpa le estrujaba el pecho. Cuando hasta el aspecto físico de Marlene comenzó a cambiar decidió confiarle toda la verdad acerca de su nacimiento, y rechazando la inmensa repugnancia que sentía por su presencia, tomó nota de todos los detalles que le fue posible obtener:

  • ·Reflejos ultra sensibles.

  • ·Apreciable lucidez visual y auditiva.

  • ·Musculación híper–desarrollada.

  • ·Carencia de órganos reproductores.

  • ·Glándulas axiales desconocidas.

Ante ese postrer descubrimiento detuvo su investigación. El estudio de las glándulas axiales determinó que de allí surgían las emanaciones que generaban el rechazo a quienes se acercaran, y que ciertas secreciones podrían llegar a ser letales.

 

La incertidumbre de Lorente en ese momento fue no poder determinar si los fluidos podían o no, ser controlados por su hija. Procuró que la joven dominara las emisiones glandulares a voluntad y juntos entendieron que no era posible. Se activaban naturalmente en presencia de estímulos externos y al menor indicio de peligro.

 

¿Cómo podría Lorente ponerlos a prueba sin riesgo? De simular un ataque a la adolescente su vida estaría en juego. En esas cavilaciones estaba cuando Marlene comprendió el poder que tenía y puso fin a las observaciones.

 

Un mes más tarde la situación de aquél hogar se había tornado irregular y delicada. La joven controlaba las acciones de todos. Francisco debía realizar su vida habitual y las compras, evitando que nadie más tomara “cartas” en el asunto.

 

La tarea de Camila consistía en alimentar a su familia, pero a Marlene en la forma especial que se le indicaba, y todo sin salir de la casa. Los muchachos debían permanecer en su cuarto, y hasta la propia jovencita se había impuesto obligaciones: alimentarse y mutar.

 

La atmósfera interna era tal que cada uno realizó aquello que por inducción sensorial le fuera asignado por Marlene. Pese a eso y con sumo sigilo Francisco intentó eludir el cepo, pues rompiendo el silencio de más de una década comenzó a enviarnos cartas.

 

Debemos aceptar la posibilidad de que su hija conociera su accionar. Incluso que ella, mediante la forma subliminal que empleaba para comunicarse, se lo hubiese inducido, creyendo que acaso con ayuda externa podría revertirse el proceso.

 

Por el tenor de las misivas comprendimos que la supuesta información sobre el estudio de una anomalía genética, era en realidad una desesperada señal demandando cooperación.

 

El primer paso asumido fue recurrir a los archivos y con urgencia cotejamos los datos de los análisis obtenidos en aquella oportunidad y los recientemente remitidos por Lorente.

 

Con ellos obtuvimos la certeza de lo imposible de restituir la situación a fojas cero y tomar medidas reactivas contra el mal congénito de Marlene. También lamentamos que el estudio de los Cúcaros se hubiese detenido tras la partida del matrimonio, tanto por falta de interés como de recursos.

 

Lo máximo que pudimos hacer fue decidir viajar. Hallamos imperioso separar de la muchacha al resto de la familia. En un par de misivas en respuesta se lo sugerimos a Francisco. Ignorábamos que ninguno de los miembros de su familia estaba en condiciones psicológicas de hacerlo por sí mismo.

 

Nos cruzamos sobre el Pacífico con la última epístola enviada por Lorente. Como pudimos saber más tarde, en ella nos refería la postrera conversación de Marlene.

 

Leerla nos transmitió una profunda sensación de desamparo y tristeza. Ella había mantenido aquél diálogo empleando su voz, que acompasando la maduración de su cuerpo era la de una persona adulta. Su tono parco y frío fue atendido con indiferencia por ánimos aletargados; todos ellos se sentían rodeados de una atmósfera irreal, infrahumana, y sus mentes sólo pensaban en estar lejos de allí.

 

Marlene les agradeció el apoyo, y aclaró que sabía cuanto ocurriría pues había entrado en la mente de su padre, ratificando sus sospechas y temores. Los disculpó de antemano, diciendo que aquello que sobreviniera se debía a su propia naturaleza, y no a la del resto de la familia. Estaba al tanto de las notas que se nos habían enviado y que nos encontrábamos en camino. También habría manifestado que llegaríamos dieciséis años tarde.

 

Y así fue. En las horas previas a nuestro arribo Marlene dejó de existir. Las glándulas intrusas detuvieron su proceso vital habitual y se dedicaron a la producción pos–mortem propia de los Cúcaros.

 

Entonces el rechazo de sus allegados hacia ella viró por completo. Imagino la avidez, el deseo irresistible, la gula que invadió a los miembros de esa familia cuando esto comenzó a ocurrir, y no puedo más que abominar y temblar.

 

De más está agregar que bajo tales circunstancias todos habríamos actuado de la misma forma, perdiendo capacidad de discernimiento, personalidad y escrúpulos.

 

Por esta razón apelamos a la comprensión de la Comisión y bregamos para que los acusados sean sobreseídos de cualquier cargo que les pueda ser imputado.

 

Sugerimos profundizar el estado de cuarentena y que se realicen periódicos estudios fisiológicos a los miembros restantes de esta familia. Tememos por la secuela residual de esa experiencia atroz y la forma en la cual incidirá en ellos y su entorno.

 

Tenemos plena convicción que nosotros, de haber llegado antes del desenlace conocido, estaríamos también en el banquillo de los acusados. Nadie en el mundo habría podido abstenerse de engullir la mayor parte posible de aquél cuerpo.


 

Dr. Franco Stein

Director General de Químicos Grauert”


 

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A veces, cuando cierro mis ojos por las noches, rememoro aquél momento. Vuelvo a ver los ojos de Camila durante su comparecencia ante la Comisión Investigadora, y siento que no existe punto de conexión entre el brillo de su mirada juvenil y la opacidad de esos ojos muertos, cabizbajos.

Luego me resulta imposible evitar que estalle en mi cerebro su presencia en aquel voraz ritual de sangre, su voracidad, y esa otra mirada, monstruosa, de entonces.

Un escalofrío recorre mi dermis hasta que logro –no sin esfuerzo– evadir mis pensamientos de tales escenas. Y si así yo me siento, mucho duele comprender el terrible infierno en el que ellos han de estar ardiendo.

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