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Esta historia en su momento ganó un certamen. Entonces terminaba con un suicidio, final facilista que nunca fue de mi agrado: el lector ha venido siguiendo con atención una trama en la cual, de pronto ¡Plum!, sin salida posible el protagonista se suicida. Nunca debería ser así, ni en la vida real.

He modificado el final, quedando como está presentado aquí.

Tetraedro

Los tres nacimos juntos, crecimos, jugamos y aprendimos juntos, pero somos muy distintos. De chicos conversábamos mucho, todos con sueños diferentes, cada uno con su estilo para conseguir sus ambiciones. Entonces no lo advertía, pero recuerdo que mamá solía quedarse un rato contemplando nuestra charla, sobre todo cuando levantábamos la voz durante alguna disputa. Al evocar su semblante ante tales momentos comprendo que lo tuviese cargado de intriga.


Alguna vez daba la sensación que uno de nosotros habría de independizarse, que podría abrirse camino solo dejando atrás a los demás. Creo que todos estuvimos cerca, y aunque eso nunca se concretó mantenemos la idea de que la posibilidad permanece.

Hoy día cada uno lucha por sobrevivir reuniendo fuerzas en silencio, sobre todo cuando otro está al volante. Tal vez nos respetaríamos, y hasta sería posible en algún caso una mejor relación, si fuésemos entidades plenamente independientes. A veces lo lamento, en ocasiones me divierte, pero jamás pude aceptarlo del todo. Esa es la verdad.

Gioconda –la chica del grupo– siempre está enojada y nos recrimina nuestra escasa pasión por el aseo. Cuando la observo acicalarse me da pena, pues resulta evidente que su complexión física no acompaña su personalidad por más que se empeñe en tal cometido. En sus períodos de vigencia se afana en completar un curso de manicura por correspondencia, pero sus manos tan toscas carecen de la delicadeza necesaria y se desanima. Cuando eso ocurre, Gurka ríe groseramente y en forma por demás notoria, pretendiendo que ella al escucharlo se largue a llorar.

Gurka –apodo ofrendado por Gioconda a su antítesis y asumido por éste de buena gana– es quien gana nuestro sustento montado en el amor de su vida: un camión semi-remolque de última generación que la empresa donde trabaja le confía ciegamente. Aparte de conducir, beber cerveza y tomarse a golpes de puño en cada ciudad que transita, le agrada dormir. Eso es una suerte pues de ese modo no molesta con groserías y Gioconda o yo trascendemos.

Yo me identifico como Alejandro, por Dumas y aquello de “Uno para todos y todos para uno”, y mi afición es la literatura: leo mucho. Además pretendo escribir, y aunque no lo hago nada bien deseo mejorar y practico todo cuanto puedo, razón por la cual ahora me encuentro embarcado en esta pequeña reseña.

Gioconda es quien más conoce de nosotros, o mejor dicho de la historia de nuestras existencias. Ella era la más confidente con mamá, la interrogaba sobre sus novios y otras cosas relativas a las mujeres. Mamá trataba de hacerse la desentendida pero Gioconda siempre hallaba la forma de disipar sus dudas. Asegura que mamá no sabe quién ha sido nuestro padre y que eso no importa ni cambia nada.

Solemos conversar a veces, mientras Gurka presta atención al tránsito, grita palabras soeces a las mujeres llamativas, o insultos agresivos a los conductores audaces y apurados. Charlamos muy allá dentro y en voz baja, no queremos que el ordinario “Opresor rabia” se moleste. Mamá solía decir que ya no sabía qué hacer con él, y lo amenazaba con meterlo a pupilo en algún orfanato.

La presencia de Gioconda lo enceguece. La odia, y a veces pienso que sus actitudes vulgares no son más que una consecuencia de esa realidad, ya sea por represalia o simplemente para marcar con nitidez su desvinculación total de vida y costumbres de nuestra compañera.

Yo la acepto como es y aunque no me atrevo a decírselo –menciono esto porque sé que ahora no está cerca– creo que la amo. ¡Su cerebro funciona de una manera tan armónica! Cuando está feliz es maravillosa, dulce. Y cuando consigue un hombre, tan apasionada que me consta que pese a todo varios estuvieron a punto de enamorarse de ella y uno le ofreció casamiento.

En cambio Gurka en caso de acostarse con alguna gata del camino es brutal, recio, colérico. Exige el servicio completo y se emplea a fondo agotando y hasta lastimando a las pobres chicas. Ninguna ha podido cansarlo plenamente a él, ni siguiera la vez que se metió en la cama con dos putas de cuerpos estupendos.

Antes, mientras Gurka dormía y yo descansaba, Gioconda aprovechaba para conversar con mamá. Ambas se veían felices en esos momentos y viéndolas yo también lo era.

—¡Eres tan dulce a veces! —decía—. Todo un angelito. ¿Ves? Nadie dejaría de adorarte si siempre fueses así.

Me confundía, pues siempre he sido así. Aun desconozco el sexo, mi pasión pasa por las letras. Todo lo que sé sobre el tema lo percibo a través de los encuentros que ambos –cada uno por su lado– han tenido, y creo que no me interesa demasiado.

Si no fuera tan cruelmente imposible quisiera tener intimidad con Gioconda. Me consta que yo también le agrado pues siempre me habla con cariño y comprensión. Ella también, en lugar de nombrarme, se dirige a mí como “mi hermanito menor”.

—Ven, pequeño inocente con tu hermanota sabelotodo —repite con frecuencia y siento como si me abrazara. Los vellos de mi piel se erizan cual campo de trigo mecido por la brisa. ¿Será algo sexual?

Al principio me chocaba esa referencia pues la entendía como un desmerecimiento, como si me subestimase o le provocara lástima. Luego comprendí que aunque tal vez encierre algo de eso también está repleta de aprecio y ternura.

Creo que ella a Gurka, por el contrario a lo que él siente por ella, no lo odia. Sólo se fastidia con él cuando recibe algún golpe y le queda magullado el rostro. ¡Qué triste se pone entonces! Simplemente se repliega como un caracol y no reaparece hasta tener curadas sus heridas.

Gioconda está inquieta, creo que se está preparando para algo. Este fin de semana Gurka no trabaja, seguramente descansará, y ella está muy fuerte y tiene planes. Yo jamás me opongo demasiado a ninguno de ellos, y como la veo tan decidida ya mismo le permitiré disponer sus asuntos.


 

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No pude despertar a Gioconda antes que sonara el despertador para Gurka. Traté de hacerlo pero su cansancio era excesivo. Tenía el desgaste de dos noches de lujuria y parecía una lastimosa ramera de cien turnos. Así que apenas Gurka abrió los ojos descubrió que ella había estado de juega.

Nunca le había dado tanta ira encontrar el rostro maquillado de Gioconda y anduvo por el cuarto destrozando todo lo que hallaba a su paso, bufando cual toro enardecido y vistiéndose a los apurones. Debajo de su furia podía palparse su sufrimiento. Ella en tanto, ya despierta también, gozaba de la escena con la misma intensidad con que debe haber disfrutado sus dos noches de farra.

Creo que mejor hubiera sido no hacerlo enojar. Cuando encontró el escondite de Gioconda juntó todas sus ropas, sus pelucas, sus cremas, rímel, perfumes y champú y los metió en una bolsa; también se aseguró de entregar el bulto personalmente al recolector de residuos.

Eso sí lastimó a Gioconda, debía recuperar su equipamiento a escondidas y tardaría mucho tiempo en hacerlo.

—Me hace pagar esas noches con más de dos meses de abstinencia —dijo entre sollozos, y yo no sabía a qué se refería con la tal abstinencia.

La sentía gemir y me hubiese gustado consolarla pero Gurka, ignorándonos por completo, parecía estar dispuesto a quedarse al mando mucho tiempo. Seguramente su decisión nos auguraba varios días de oscuridad y silencio.

Mientras Gurka manejaba con la radio a todo volumen, y hacía sonar la grave bocina cual capitán ante el timón de un crucero, traté de comunicarme con Gioconda pero fue imposible. Estaba demasiado recogida sobre sí misma en inmóvil actitud y apenas se permitió enviarme un leve mensaje:

—Solos, tú y yo hubiésemos sido felices.

Sus palabras levantaron mi ánimo y me dieron fuerzas para escribir unas líneas mientras Gurka descansa en mitad del viaje. ¿Cómo no amar a alguien como ella? No entiende nada de palabras y frases pero cuando usa el idioma me hace estremecer, como en este caso, que me hizo relucir, elevándome sobre la personalidad de Gurka, tan voraz y cruel. El viaje será largo y nosotros nada podemos –quizás tampoco queramos– hacer.


 

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Ha sido terrible. Los tres estamos muy mal. Tal vez a Gurka le importe poco pero nosotros dos –yo por ella– estamos destrozados. La enfermera me alcanzó papel y lápiz y estoy escribiendo pues afortunadamente manos y ojos se salvaron.

Gurka no andaba bien. Su último enojo con Gioconda le dolió más que ninguno y se volvió aún más pendenciero. No conocía a nadie en ese bar pues casi no iba en esa dirección. Pero quería divertirse y arrollar cuanta cosa molesta encontrara a su paso.

El hombre era pequeño y la mujer a su lado merecía cualquier sacrificio. Gurka se confió. Supuso que a pura impresión y arrogancia podía tomarla del brazo y llevársela sin más ni más. ¡Era peligroso el sujeto pequeño! Al primer empujón le creció el puñal en la mano. Pero Gurka creía que podía reducir su arma a un par de mondadientes y hacerlo volar sobre las mesas.

Yo descansaba y desperté con el tumulto, pero Gurka no me dejaba mirar. Igual pude notar que ni siquiera llegó a pegarle al enano. Al acercarse a la distancia justa del alcance de su brazo el hombrecito pintó un relámpago en el aire y el lado izquierdo de la cara de Gurka se partió en dos.

Llevar su mano a la herida, palpar sus dimensiones y caer desmayado fue el suspiro de un rayo. En el suelo su cuerpo se aturdió de golpes: del hombrecillo, de la mujer, y de cuantos quisieron hacerlo que no fueron pocos. Siempre, donde Gurka aparecía, los ojos que lo veían destilaban odio.

¡Que falta me hace hablar con Gioconda! No sé qué le pasa ahora. ¿Por qué no aprovecha que Gurka no tiene que trabajar por la licencia médica que se ha merecido y respira un poco? Tal vez sea mi momento. Por lo visto mis compañeros tienen pocos deseos de tomar el timón.

Debería estar contento, olvidarme de ellos y trazar mis propios planes como si nunca fueran a volver. Ir a ver alguna obra de teatro, que tanto me agradan. Admiro a los buenos actores que logran transmitir la esencia del personaje.

Claro que más me satisface escribir, un escritor ha de develar el espíritu de todas sus creaciones. ¿Y cuántos pueden encontrar lugar bajo una piel? ¡Todo el mundo debería tener un juego de máscaras a su disposición! Y seguramente, como las estrellas de cine, nueve de cada diez lo tiene.

Pero hablaba del teatro… ¿Sería posible que fuésemos con Gioconda al teatro? Gurka no nos dejaría y no sería yo quien insistiera. Soy demasiado conciliador y conformista. Nunca intentaría molestarlos, ni a él ni a ella.

Tal vez ese sea mi único mérito: ser un tipo mesurado y complaciente. Ellos pasionales, yo aburrido. ¡Qué conjunto! Parecemos tres gatos en una bolsa. Lo que sí puedo intentar es leer mientras descansan, y creo tener en este lugar una buena oportunidad para hacerlo pues se está tranquilo. ¿Me traerá la enfermera algún libro si se lo pido?


 

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He leído mucho durante estos días. Pero por qué razón no lo sé, nada supe escribir. ¿Será que sólo puedo hacerlo para referirme a nosotros? Bueno, mucho no lo he intentado. Ni siquiera traté demasiado algún contacto con Gioconda. La vez que hablamos vino ella sola, muy seria y sosegada.

Ninguno de los dos mencionó al tercero en discordia y debido a eso mantuvimos un diálogo muy adulto, sin los arrebatos de histerismo que "Gioco" a veces despliega. Fue una conversación algo extraña. Hablaba como si conociera cosas que yo siempre he ignorado o jamás imaginado.

Aún tengo dudas sobre el estado actual de su cordura: —¿No escuchas, verdad?— No, no me siente ahora, descansa junto a Gurka. ¡Qué contradicción: el tigre y el venado en un mismo arrullo!

Vino a conversar y se sentó junto a mí cruzando muy recatadamente sus piernas como si fuera una chica decente. ¡No, perdón, no quise decir eso! ¿Cuándo se supone que una chica es decente? ¿Acaso ella roba o lastima? ¿Está mal que busque ser feliz? ¡Pobre! Debería pedirle disculpas por haber pensado eso.

Así que se sentó y me dijo muy resueltamente, como si viniera con los libros de la verdad universal bajo el brazo: —¿Quieres saber cómo fue que comenzó todo esto?

Iba a preguntarle si era una alusión a la pelea de Gurka, a la destrucción de sus enseres femeninos o a nuestra unión y ella, anticipándome, agregó: —Al hecho de que estemos juntos siendo tan distintos.

—¡Claro que quiero! —expresé decidido—. No hay nada más importante para nosotros. ¿No?

—Sí —dijo ella, afirmando también con movimientos de su cabeza. En eso entró la enfermera de la tarde y sonriendo preguntó:

—¿Hablando solo?

Y antes que yo pudiera hacerlo Gioconda, con su vocecita de castrati, respondió: —¡Ay si! A veces me da, no es nada —y su mano derecha hizo un armonioso medio giro en el aire.

La mujer cambió su expresión, dejándose cubrir por un manto de circunspección. Luego con absoluta seriedad agregó que mañana me sacarán la venda de la cara, y salió deprisa.

—Te decía que descubrí la verdad de todo esto —continuó Gioconda al quedarnos nuevamente solos—. Es como si hubiese hecho una regresión, quizás debido al inmenso estado de sensibilidad que me dejó el último arranque de furia de Gurka. ¡A ver como te lo explico!

Se detuvo un instante buscando las palabras adecuadas y agregó:

—Por favor, no vayas a interrumpirme. Es algo difícil de justificar y necesito tener vía libre. ¿Listo?

—Listo.

—Bien, hazte la idea que en alguna parte las almas esperan turno para ingresar en el cuerpo de un feto próximo a nacer y que esto sucede en forma muy fluida. Llegado nuestro turno renacemos con la memoria en cero. ¿Me sigues? Las almas, algo así, es una partícula elemental imposible de detectar.

—¿Y cómo sabes todo eso?

—Mamá murió estando yo a su lado. Gurka, desde que ella enfermó, andaba hecho una porquería, un tapo de piso. Destrozado, no tenía consuelo. Vos estabas como ausente. Así que me hice cargo de cuidarla en todo momento.

Me observó a ver si estaba atento o si entendía, no sé, lo cierto es que me miraba en forma inquisidora, como interrogándome.

—Te sigo —dije, y ella continuó.

—Tal vez se trató de un delirio final, de una fantasía suya, pero ella dijo que al fin pudo verlo, que ahora comprendía todo. Y entre balbuceos me confió esto que te cuento.

—Así que esa alma, o "partícula", ingresa en un ser próximo a ver la luz.

—Exacto. Cuando todo es normal esa partícula integra el nuevo ser y obtiene su existencia. Pero a veces ocurre que la abundancia de partículas es mucha. O, digámoslo en términos "alma", es tal la ansiedad de las almas interesadas que se apretujan e intentan ingresar a como dé lugar hacerlo. Al parecer nuestro socio Gurka tenía mucha prisa y pocos escrúpulos, por lo cual no le importó que nosotros estuviésemos antes. Así que empujó y provocó que entráramos juntos en el mismo embrión. Esto ocurre a menudo, pero en todos los casos que se da la situación de que dos o más partículas, espíritus –o almas, como quieras llamarles– ocupan un cuerpo, esa mixtura genera automáticamente una nueva personalidad, una nueva alma. Lo que no sucede a menudo es lo nuestro, e ignoro que motivos provocaron que no surgiera una nueva personalidad dominante, ajena a nosotros tres, esa que sería la que debía mantener reprimidas nuestras diversas pasiones conformándolas en una.

Más o menos eso dijo Gioconda y se quedó mirándome en el atardecer silencioso del sanatorio. Agregó algo sobre que me permitía continuar hegemónico pues allí a ella no le interesaba estar y se fue.

Gurka está mejor también. Estuvo un momento y sonreía al pasar su mano sobre el vendaje. ¡Qué tipo raro! Jamás lo voy a comprender. Realmente me siento más cerca de entender a Gioconda que a él.

Bueno, basta por hoy. Se acerca la chica de la noche a cortar la luz y no quiero incomodarla con demandas especiales. Si Gurka me escuchara siendo tan considerado con el prójimo la risa lo haría mojar la cama.


 

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Ahora sí que deberé esforzarme en encontrar una solución. Todo ha ido demasiado lejos y ellos nada podrán hacer para que las cosas sean como antes. Debo comentar las causas que motivan esta conclusión y por qué debo decidir algo pronto.

Gurka estaba con muy buen ánimo para admirar la tremenda cicatriz que debido a la profundidad de la herida quedó en su rostro. Yo, que lo espiaba discretamente, no podía entender esa especie de masoquismo manifiesto en su felicidad. No se había hecho un nuevo tatuaje en su brazo para molestar a Gioconda. No era un arete colgando de su nariz. Tampoco unas nuevas botas de cuero o una campera negra con tachas. Se ufanaba y regocijaba del aspecto siniestro que había obtenido con esa cicatriz.

Volvimos a casa. Siempre siguiendo las decisiones de Gurka e ignorando las miradas temerosas de todo el mundo, nos llevamos un buen stock de cervezas del supermercado. Y por supuesto, Gurka bebió hasta el hartazgo y cayó dormido en su borrachera.

Horas después apareció Gioconda. Estaba adormecida aun y creo que todavía no había caído cabalmente en la cuenta de todo lo últimamente acontecido. Se levantó y anduvo por allí tratando de ordenar algo del desastre que siempre deja Gurka, hasta que se cruzó con el espejo.

Al verse enloqueció. Se tocaba la cicatriz con desesperación, como si quisiera quitarla mediante urgentes roces de sus dedos. Lloraba y gemía de una forma desgarradora tratando de asir sus cortos cabellos, y no dudo que si Gurka no los usara tan al ras ella se habría arrancado la cabellera completa.

De pronto se detuvo. Cambió la expresión de su semblante y una sonrisa pérfida tornó su rostro más impresionante todavía. Supe lo que pretendía hacer y dudé que camino tomar. Gioconda fue a la cocina y escogió la filosa cuchilla de cortar carne. Se acercó a la mesa y después de bajarse los pantalones tomó nuestro pene por el extremo y sin apartar la vista de él levantó en el aire la cuchilla.

Allí dudó un instante, pero yo sabía que realmente terminaría haciéndolo, así que me esforcé en despertar a Gurka. La cuchilla descendía cuando él llegó. El brazo descendía con fuerza, aun bajo el dominio de Gioconda, y él sólo atinó a mover de lado la pelvis salvando en el último segundo nuestra masculinidad. Emitió un grito salvaje, furibundo, y dijo:

—¿Crees que podrás conmigo, perra? Nunca podrás. ¿Esto te molesta, eh? Te jode, te afea. Dilo —repetía mientras se pellizcaba el cachete herido, causándonos dolor. Al finalizar su furia cedió y quedó muy ufano, inflando su pecho con satisfacción.


 

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Gurka se engaña. Estoy seguro que Gioconda encontrará la oportunidad de cumplir su cometido en cuanto él se descuide. Lo hará del mismo modo en que se mandaba sus escapadas. ¿Cuánto podría resistir Gurka su vigilia? En este momento por ejemplo, descansa, ronca como un bebé.

Y Gioconda no ha venido. Sabe que no tiene el tiempo necesario ni el cansancio de Gurka es tanto como para no sentir las emociones que ella necesita desplegar para concretar su venganza. A mi no me cuidan; no me temen ni les provoco ningún interés. Gioconda no me habla ahora. Me acusa de traición por haber evitado que ella “impartiera justicia”.

Me agobia todo esto. Sé que debe terminar y sólo hay una solución. Debo mantener la calma para no alarmarlos y puedan evitarlo. Seguro que ellos prefieren continuar su lucha permanente pues ya se ha transformado en su forma de vida. ¿Pero yo qué? ¿Por qué seguir soportándolos? En este instante, mientras escribo con la mano derecha mi mano izquierda introduce comprimidos en mi boca uno tras otro y bebo, más pastillas y bebo. Hace más de dos minutos que lo hago. He dejado la casa sin medicamentos de ningún tipo. ¿Para qué? Nadie los necesitará.

Comienzo a sentirme mal...


 

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Hola. Soy Julián. El del nombre legal. El hijo que sin quererlo recibió mi madre y fue bautizado con su apellido. Si hubiera hecho como ellos, que se auto nombraron a gusto, para mí habría elegido “Dartagnan”. Soy la personalidad que Gioconda casi alcanza a descubrir. Ellos nunca sintieron mi presencia. He sido cauto y paciente. Esta es mi primera vez en el mundo consciente. La unión de un hombre y una mujer crearon un cuerpo, al unirse ellos tres me han creado, soy un "alma" que asoma a la existencia física por primera vez.

Ahora, ya maduro y fuerte, he optado por callarlos a todos. A la segunda pastilla que ingirió Alejandro lo he puesto a dormir y asumí el mando. Así como colaboré con Gurka evitando nuestra castración no permitiré que se concrete el suicidio pergeñado como salida a nuestros problemas.

Los oigo gritar pero ya no tendrán más oportunidades. ¡A callar! Soy un compendio de todos ellos, es inevitable. He conseguido mi propósito tras acumular fuerzas durante treinta años para este momento. Mañana amaneceré completamente solo, asumiendo con total naturalidad mi condición bisexual con la frente en alto.

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