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Cuando el amor es puro y nace del alma pervive en cualquier lugar y tiempo.
 

Te llamo y nos vemos

Uno

Lo único que parecía funcionar aquella mañana en la oficina donde Emma trabaja era la anarquía. En el aire flotaba una expectativa inusual que dotaba al ambiente cotidiano con la sensación de estar impregnado de electricidad estática. Charlas casuales se suceden en corrillos breves cuyos comentarios viajan prestamente de un extremo a otro de la oficina.

 

Las compañeras de Emma charlan animadamente a varios metros de ella. Dado el alto tono de su voz se hace audible con claridad el comentario de Iris:

—Lo que ocurre me tiene preocupada... ¡Si hasta parece cierto lo que dicen del fin del mundo!

—¡Es horrible! Anoche tuve una pesadilla que me hizo despertar llorando. Parecía estar en otro planeta y veía a dos seres espantosos a punto de acoplarse. Aún al despertar todo en la habitación era extraño. El cielo tenía un tinte entre amarillo y anaranjado. Deprimente.

Lilian rió y hasta Emma se permitió una sonrisa no exenta de temor, pues también había tenido malos sueños la noche anterior. Entre tanto Iris continuaba con su relato:

—Aquellos seres emitían sonidos ininteligibles, como bufidos. Pero… ¡Bien cosa de sueño! A pesar de eso yo tenía total conocimiento de lo que hablaban.

 

—¿Qué decían? —preguntó Lilian sin dejar de sonreír.

 

—Uno de ellos se disculpaba por haber estado con otra hembra, y su pareja comprendía que si no la amara no estaría allí con ella. En eso, desde algún lugar de la habitación se sintieron dos ringtones diferentes casi al unísono. Como si fuesen dos celulares. Eso me despertó… Bueno, en realidad no me despertaron esos sonidos sino el despertador de mi propio celular puesto a todo volumen. Lo apagué de inmediato y una sensación de nostalgia me invadió, como si aún necesitara ser parte de esa pesadilla. ¿Raro, no?

 

—Sugestión, querida. ¡Cómo para no estar sugestionados con todo esto! Y el gobierno que mantiene silencio.

 

Emma no ha puesto atención a estos últimos comentarios. Algo de lo oído se instaló en su interior y la mantiene ensimismada. De pronto parece distante de todo, como inmersa en un laberinto de dilemas internos ajenos al momento y si bien no logra orientarse por completo en la realidad que la envuelve, de alguna forma percibe la inquietud general aunque quizás no le interese demasiado. Tiene su agobio particular, con apenas dos años de casada deberá enfrentar los pormenores de un divorcio.

Le resulta imposible imaginar el rumbo que tomará su existencia y se angustia al aceptar que se desarrollará lejos de Lucas. El amor que sentían parece haber cedido. Algunos episodios de intolerancia han vuelto algo difícil la convivencia.

 

Más allá de los ventanales de la oficina la realidad pauta rumbos contundentes. En todo el planeta se manifiestan trastornos con las comunicaciones. ¡Por supuesto que sí! Pensaría Emma si asomara la nariz a su entorno. ¿Cómo no haberlos en el mundo si hasta en avatares tan pequeños como un matrimonio las comunicaciones suelen tornarse espinosas?

 

De todos modos percibe cierta concordancia en la serie de sucesos que se están dando y el derrumbe de su actual estilo de vida. En forma inconsciente compara sendas caídas del sistema informático de la empresa con el actual caos de su vida.

 

Al percibir los sucesos externos de inmediato los incorpora y conecta con su circunstancia. En consecuencia los anuncios sobre las tormentas solares y el desequilibrio de la civilización no le preocupan. Eso pasará, seguro, luego todo volverá a ser como antes. En cambio, la realidad de su existencia se está revirtiendo en forma tal que quizás nada podría regresarla a su etapa de novia enamorada. Mientras la incertidumbre se expande por el mundo, en tales arrecifes naufragan sus ojos húmedos.

 

Hizo girar el anillo sobre su dedo varias veces, hasta el simbolismo de ese pequeño objeto material parecía perdido, lo veía sin contenido, obsoleto. Sería sencillo quitárselo y hacerlo a un lado, casi no advertiría su falta. Lo difícil es sepultar las ilusiones bocetadas sobre su futuro y sobrellevar la ausencia de Lucas.

 

Como todas las cosas malas han de tener algún lado bueno buscó atenuantes. Se le ocurrió que al menos no había niños que dejar sin padre. Tampoco mayores bienes por los cuales negociar y repartir. Se trataría apenas de separar las almas, esas que no se pueden palpar, que no se pueden ver… Pero que allí están, doliendo.

 

Cual respiro de aire fresco su imaginación esparció el recuerdo de su escena romántica favorita. Aquella noche en que un banco de la rambla los acunó bajo la luna llena. El mar ronroneaba y en su vaivén ellos acunaba sus deseos, conteniendo a duras penas el ansia de saciarlo allí mismo.

 

Lucas observaba el firmamento buscando estrellas para regalarle, o así lo supuso ella hasta que él dijo:

 

—¡Cuanta energía y fuerzas antagónicas manteniendo equilibrio! Da vértigo pensarlo.

 

—Pero hay una fuerza más potente que todas —había dicho Emma a boca de jarro.

 

Él sonrió de ese modo especial que sólo le surgía cuando estaban juntos, mas prosiguió meditabundo, aun deslizándose en su ensueño cósmico. De pronto pareció comprende lo dicho por Emma:

 

—¿Más fuerte que la gravedad? —preguntó de pronto y cuando parecía que no agregaría nada en tal sentido.

 

—Más.

 

—¡Electromagnetismo! He leído interesantes teorías sobre el Universo eléctrico.

 

—Frío, frío. ¿Te das? —al preguntarlo Emma rozó suavemente sus labios con los suyos.

 

—Me doy. ¡No, ya sé! La fuerza del amor.

 

—¡Ah, no vale, te habías rendido! Perdiste. Y no “del amor”, de “nuestro amor”.

 

—Hasta un niño se habría dado cuenta —aceptó Lucas—. No sólo por ser lo más fuerte sino también lo más grande. Creí que te referías a algo cósmico.

 

—¿No lo es?

 

—Supongo que sí, pues así de inmenso es mi amor. ¿Te dije alguna vez cuánto te necesito?

 

En aquél momento a Emma se le había caído una lágrima de felicidad que él lamió con delicadeza. Sus almas estuvieron sintonizadas una con otra durante ese instante que pareció extenderse hasta que la brisa nocturna les recordó la vigencia del mundo.

 

Ahora, en la oficina, también se le caen lágrimas. Lo único que sintió urgencia de hacer es ocultarlas antes que sean advertidas por miradas curiosas. Hablarían. Preguntarían. Molestarían. Él se había marchado y ya pasaban dos días sin llamar.

 

Sintió los pasos de una de sus compañeras acercándose hasta que una voz a su lado primó sobre otros murmullos:

 

—¡Al fin hay noticias oficiales! Reportan que se aproxima una inmensa tormenta solar podría inutilizar nuestros electrodomésticos —era Elizabeth poniéndola al tanto de las últimas novedades. Emma intentó ser amable y fingir un interés que no sentía:

 

—Será cosa de comprar otros. Le daremos un buen empujón al mercado y el sistema capitalista continuará haciendo girar el planeta hasta que reviente la deuda —dijo con total desgano. La otra no estaba tan indiferente y alertó:

 

—Parece que La Tierra podría detenerse y luego comenzar a girar en sentido inverso. Eso dice Joaquín, que entiende bastante de esas cosas. Ya conoces lo loco que es. ¡Está tan frenético que hasta parece desear que ocurra! Ahora que lo pienso... ¿Qué dijiste? ¿Crees que abandonamos el capitalismo? No lo vi por ese lado. ¿Eso es lo que te parece?

 

Emma permitió que la ironía se apoderara de sus facciones al decir: —¿Girar en sentido inverso? ¡Marcha atrás! Te confiaré un secreto triste, yo seré quien dará marcha atrás: volveré al punto de partida.

 

—No entiendo. Hoy te he notado como ida, hermética. Nosotros estamos todos preocupados. ¿Segura que estás bien?

 

—Creo que si no lo comento exploto…

 

Las facciones de Elizabeth parecieron iluminarse y mantuvo silencio mientras aguardaba ampliaciones. No tardaron en darse:

 

—Lucas llenó una maleta con algunas prendas y se fue. Estamos comenzando el divorcio. No intenté detenerlo ni él golpeó la puerta al salir. Ninguno pareció perder el control. Eso es lo peor, pues las acciones intempestivas pueden disculparse con más facilidad que las calmas y meditadas. Mi desesperación no me motivó a detenerlo. Es que su proceder fue tan  firme que no pareció una actitud repentina.

 

—¿Cómo? ¡No lo creo! Si hasta hace poco te ufanabas de ser la mujer más feliz de la creación.

 

—Las cosas cambian, discutimos mucho por trivialidades, tonterías, caprichos. Y dijimos: "no va más".

 

—¡Con razón! Estás como para preocuparte por las tormentas solares. Lo que te ocurre es más terrible que este aquelarre transitorio. ¡Pobrecita! Pero no te hagas tanta mala sangre, quizás sea cuestión de reacomodarse. ¡Verás que hoy a la noche arreglan todo entre ustedes!

 

—No lo creo.

 

—Sí, ya lo verás. Ponte lencería provocativa, entona tus ojitos y desliza con frecuencia la lengua sobre los labios. ¡Ya sabes cómo es eso, no falla nunca! Él volverá esta noche, desplegarás tus virtudes —hizo un guiño —y se reconciliarán. Mañana me darás la razón.

 

—¡Así lo quisiera! Si alguna vez fue sincero conmigo ha de estar tan angustiado como yo. Pero si no ocurre algo pronto, de a poco nos iremos acostumbrando a estar separados. Mi vida anterior me jalará hacia las rutinas solitarias. Luego mi orgullo no tardará en construirse un caparazón.

 

—Mira, con lo que está pasando todos estamos afligidos, por no decir asustados, horrorizados. Algunos dicen que estamos funcionando en otra frecuencia, que nos preparamos para una nueva etapa de la humanidad y cosas así. La verdad que sí, me siento un poquito rara. Quizás lo de ustedes esté provocado por algo de eso, y cuando vuelvan a sintonizarse recuperarán la normalidad. Piensa en eso, procura distraerte un poco permitiendo que esto que está ocurriendo -tan fuera de lo habitual- te quite de ese círculo vicioso: “rompe el cuadro” diría mi psicóloga.

 

Unos metros más allá Joaquín, chupatintas grandilocuente que de caer en un test vocacional acabaría de mensajero, desgranaba retórica seudocientífica, y casi todos en la oficina le prestaban atención:

 

—Una tormenta solar de gran magnitud con dirección a la Tierra ocasionaría efectos destructivos inimaginables —el sujeto acompañaba sus palabras con acorde desempeño gestual—. Estoy hablando de una tormenta geomagnética categoría G5. Las auroras boreales que provocaría se verían en Madrid, Pekín, Miami y Montevideo. Las consecuencias que podría traer a las comunicaciones no serían lo peor: podrían freírse las redes eléctricas y dejar de funcionar las centrales generadoras, los vehículos, y todo artefacto que utilice imanes para lograr su cometido.

 

Los presentes se distendieron ante semejante argumento, parecía tan exagerado que analizarlo carecía de sentido práctico. El tal Joaquín no pareció advertir el escepticismo de su auditorio y continuó dando el alerta:

 

—Las auroras serían lo bueno, al menos regocijarían la vista. Lo malo es que su presencia estaría indicando un desequilibrio magnético capaz de perturbar las placas tectónicas al extremo de producir terremotos y tsunamis.

 

La joven de menor edad de la oficina escuchaba con mucha atención hasta que preguntó: —¿Más de los que hay hoy día? —Pero no esperó respuesta: —¡Qué horror! Vamos de terremoto a tormenta tropical, de tsunami a erupción volcánica, y de fríos terribles a calores sofocantes. ¿Es culpa del hombre o del sol, de los Mayas o de los extraterrestres? ¡Qué lio!

Soslayando una respuesta a la muchacha el orador preguntó al corrillo que aún permanecía en su entorno: —¿Imaginan una semana sin electricidad?

 

—¿Qué pasaría? Nada grave —respondió la joven—. En cuanto pase todo volverá a la normalidad. Puedo tolerarlo.

 

Lucas sonrió con desdén y pasó a explicar sus conclusiones como si fuesen fruto de la mayor erudición posible:

 

—Para empezar, no abrirían los supermercados ni las tiendas, pues entre otras cosas no podrían hacer funcionar las cajas registradoras. Las multitudes permanecerían corto tiempo aguardando una solución gubernamental, una respuesta a sus dudas, la ayuda adecuada. Pero no habría medios de comunicación para que eso pudiera darse. ¿Y luego? La única incógnita es cuánto demorarían en comenzar los saqueos, primer paso hacia la anarquía total y al crimen indiscriminado.

 

Emma se volvió hacia Elizabeth: —Tengo trabajo pendiente —dijo, y se alejó del grupo dispuesta a llamar a Lucas luego de esos pronosticados días de silencio. Uno de los dos debe romper el hielo y obrar con sentido común. Debo tener calma al hacerlo, quizás sea de las últimas oportunidades que tenemos para darnos una chance.

 

 

Dos

Unos veinte minutos antes de conocer a Brigite en un paraje remoto Lucas salía del ascensor. Fue entonces cuando lo inquietó el ringtone de su celular. Ocurría con frecuencia que la expectativa de volver a oír a Emma terminaba diluyéndose entre saludos tontos de amigos y compañeros. Ocurría a tal grado que comenzaban a fastidiarle la irrupción de tales sonidos. En su reciente pasado quien se comunicaba con mayor frecuencia solía ser ella, desde la disputa y el alejamiento ambos se habían llamado a silencio. ¿Callo por orgullo varonil? ¿Enmudece ella por dignidad femenina?

Sin la mínima esperanza Lucas miró la pantalla. Como suele suceder cuando estamos a punto de rendirnos, lo deslumbró esa luz que viene de algún sitio maravilloso a devolvernos la esperanza. Se sorprendió gratamente: ¡Al fin Emma se digna a  llamarme! También se sintió desbordado por la ansiedad, el deseo de contestar de inmediato y algo de temor. ¿Y si se trata de informarme que tiene abogado y fecha en el juzgado? Decidió dejar de especular para averiguarlo:

—Hola —dijo.

—¿Cómo estás? —La voz de Emma sonó distante, quebradiza. Lucas lo atribuyó a fallas en la comunicación, y quizás en parte así fuese.

Pero era innegable que ocurría por el estado de ánimo de Emma, quien no podía dejar de temblar. Disimular que se sentía relegada le significaba gran esfuerzo. Aunque interiormente se repetía que la incomprensión de Lucas no se debía a la existencia de otro amor, tampoco se ocultaba que ese detalle bien que podía ser posible.

Durante el instante eterno en el cual aguardaba respuesta de Lucas la emoción de Emma le impidió notar que en “Recepción” varias personas se agrupaban contra las ventanas del edificio. Desde allí contemplaban asombradas el inusitado despliegue de luces danzantes que llegando desde el horizonte prolongaban el atardecer.

Ni Lucas ni Emma llegaría a saberlo, pero el arco energético que se formó entre sus celulares durante la tormenta electromagnética desarrolló una distorsión singular, sin precedentes, que transformó sendos aparatos en algo mucho más trascendente y sofisticado. No menos importante fue que se volvió a dar la comunicación entre ellos.

Lucas salió a la calle narrando a Emma sus últimos pasos. Ponía calidez a sus manifestaciones pero hablaba nimiedades de su hacer cotidiano, como eludiendo lo relativo a su tálamo.

 

Caminaba distraído bajo destellos de anuncios de neón de la avenida y se movía mecánicamente, en ese instante el mundo a su alrededor no existía. El inminente ocaso le era ajeno y llevaba la vista baja, poniendo total atención a lo que hablaban, por completo absorto en la comunicación.

 

Conversaba con mesura, tanto la extrañaba que se cuidaba de profundizar la brecha con alguna frase inoportuna. No quería ser mal interpretado, temía que el menor error acarreara efectos adversos. Las frases que compartieron fueron cautelosas, mero esgrima dialéctico, roces de antena de caracol.

 

Del otro lado de la línea Emma se percató que la voz de su pareja sonaba conciliadora y eso la azuzaba a dar el paso más audaz, ese que lo traería de vuelta. ¿Bastará con pedírselo? ¿No lo hará sentirse acosado?

 

Las exclamaciones de Elizabeth llamándola hicieron que volviera la cabeza y advirtiera el despliegue visual que se desarrollaba en el firmamento. Aquello la enmudeció un instante:

 

—Supongo que ya dejaste el consultorio. ¿Dónde estás? —preguntó a su esposo ya en otro tono de voz.

 

Él levantó la vista para identificar el cruce de avenidas al que se aproximaba y enmudeció por completo. No había esquina, ni calles, coches o edificios y los anuncios de neón habían huido al cielo convirtiéndose en una altísima y flameante aurora boreal. Una terrible encrucijada cósmica donde el destino de la humanidad pendía de un hilo lo había apartado de su paso habitual.

 

Se estremeció al descubrirse pisando una estrecha calleja de adoquines en lo que parecía ser una aldea. Miró hacia atrás, intentó desandar el camino, corrió a un lado y otro sólo para verificar que el escenario de su vida había cambiado por completo. Abrió y cerró los ojos varias veces y le costaba articular sonido.

 

—Si estamos cerca tal vez podamos vernos y charlar un rato —decía Emma desde el móvil que Lucas aun llevaba adosado al oído. Lejos estaba de sospechar que ese pequeño adminiculo era el causante de la transformación de su entorno.

 

Algunos lugareños aparecieron y observaban a Lucas con curiosidad, otros señalaban el cielo y se persignaban. Vestían ropas de otra época y las palabras que intercambiaban sonaron a Lucas diferentes, al extremo de hacérseles difícil de entender. Desde su móvil Emma insistía: —Lucas ¿me oís?

 

Le costó retomar el habla: —No sé qué pasa, Emma —dijo —Desconozco dónde me metí, estoy en un barrio del culo. ¿Tú estás bien?

 

Ni la emoción alentadora que recibió al escucharla, ni advertir que no todo estaba todo perdido, evitó que se empantanase en un cenagal de incertidumbre. Ella no le creería si continuaba narrando la realidad de su entorno. Además: ¿Cómo describirle aquella colina, erguida misteriosamente ante el cielo danzante del atardecer?

 

Decidió acortar camino: —Creo que debemos reconsiderar esta locura del divorcio. ¡No puedo estar más tiempo sin verte!

 

Varios extraños se acercaban por lo cual Lucas debió interrumpir la conversación. Uno de ellos lo escudriñaba y con una mano palpó los pliegues de su saco. Otro dijo algo que Lucas no entendió y antes que pudiera percatarse y poner distancia se vio rodeado. Forcejeaban para quitarle su abrigo, los pantalones, alguno se agachó con intenciones de tomar sus zapatos.

 

No alcanzó a escuchar que Emma afirmaba que ella también le extrañaba. La disputa que lo envolvía provocó que el celular volara de su mano yendo a caer entre unas tablas amontonadas junto a la entrada de un galpón.

 

Más gente se aglutinó a su alrededor. Ya no peleaban por sus ropas, parecían culparlo de lo que ocurría sobre sus cabezas, muy allá en lo alto. Sus puños amenazantes se elevaban en el aire y Lucas se preguntó cuánto tardarían en caer sobre su persona. Recién entonces su perplejidad pasó a ser miedo.

 

Estaba acorralado, un minuto antes habría podido correr y acaso escapar del tumulto, ya no podría hacerlo. Aquella gente lo rodeaba profiriendo quejas mientras señalaban el cielo, donde se desplegaba un espectáculo maravilloso que no lograba entusiasmarlos.

 

Entonces una voz, tan potente que no parecía femenina, se dejó oír por encima de las demás, al parecer haciéndose responsable por las luces.

 

Irguiéndose por encima del grupo Lucas pudo verla, agitaba los brazos de lado a lado y la luminosidad que aterciopelaba de colores el firmamento nocturno parecía mecerse al influjo de aquellos movimientos.

Con tal cadencia la mujer se abrió paso hasta aproximarse a Lucas. Estaba a escasa distancia cuando giró en torno la cabeza, afiló la mirada, y con ademanes y gestos –más que con palabras– exhortó a todos a retirarse.

 

Exhibiendo gestos airados y de contrariedad la turba comenzó a disolverse, a retirarse con lentitud y resquemor. Ya frente a Lucas la mujer miró directo a sus ojos para luego, con evidente tono de astucia, emitir una frase que él no comprendió, ni por el tono ni el contenido. Mas ella estaba muy segura de cuanto decía:

—Soy Brigite, y tú eres el demonio esperado.

 

 

 

Tres

De seguro también algo confundida pero en su ciudad, a muchos kilómetros de tiempo y espacio de distancia, Emma guardaba el móvil en su cartera tras haber perdido la señal. Sin embargo una llamita de esperanza volvía a arder en su pecho.

 

Elizabeth departía con Iris, a quien no estimaba demasiado por ser excesivamente sarcástica:

 

—Quizás debiéramos desear que nada malo ocurra —decía—. El universo está preparado para proveernos de cuanto demandemos, al menos así dicen.

 

Iris la observó como si hubiese asombrado de su candidez y desplegó los visos de su naturaleza: —Quizás necesitemos el fin de los tiempos —respondió—. Bien que nos hemos empeñado en poner todo patas arriba en honor al Dios que cuenta con más adeptos: el dinero.

 

—Lo que está ocurriendo nada tiene que ver con eso. Nadie puede evitar que el sol se comporte con semejante extravagancia —dijo Elizabeth sin esconder su fastidio. De inmediato se volvió hacia sus compañeros, que continuaban agolpados contra los cristales y entre asombros y comentarios habían obviado la hora de salida.

 

Recién cuando Emma saludó su despedida tomaron conciencia de la hora y en ese mismo instante las luces se apagaron en toda la ciudad. Lo único visible, allá arriba, tan colorida y dinámica como fantasmal, era la aurora boreal que ella había ignorado. Tal vez le pareció hermosa, pues al contemplarla una tenue sonrisa vistió sus labios de ensueño.

 

 

 

Donde fuera que estuviese Lucas no llegó a percibir el sentido de las frases que oyera. El idioma empleado por la tal Brigite era francés, no tenía dudas en cuanto a eso, pero le sonaba raro y nunca había sido bueno en idiomas.

 

La mujer de inmediato tomó a Lucas del brazo arrastrándolo tras ella. El resto de los congregados se desentendió de ellos, era más preocupante lo que ocurría en el cielo. Las miradas temerosas preferían elevarse al firmamento y pronto ya nadie se ocupó de la mujer que se llevaba al hombre estrafalario. Bugarach, que así se llama aquella ciudad en nuestros días, se aprestaba a pasar una noche de temor infundado, pues no dejaría secuela alguna entre sus habitantes.

 

Deteniéndose ante la puerta de una choza ella se había señalado el escote diciendo: —Brigite.

 

—Como él mantuvo silencio lo reiteró: —Brigite —y señaló el pecho del hombre en actitud interrogante:

 

—Lucas —dijo él.

 

—¡Ah! Lucemon, hablas el dialecto del infierno —exclamó ella sin sospechar que el hombre no estaba interpretando sus dichos. Luego abrió la puerta de un empellón y con otro lanzó a Lucas al interior.

 

Mientras Lucas, luego de trastabillar volvía a erguirse firme, ella encendía un farol de aceite. De inmediato la mujer comenzó a buscar algo. Movió trastos, abrió baúles y sacudió trapos en medio de la penumbrosa miseria que cohabitaba la vivienda. Tras haber logrado su objetivo extendió a Lucas una muda de ropa mugrosa y hedionda:

 

—Toma, mientras estemos aquí usa esto —dijo con frialdad. Lucas pudo descifrar sus intenciones más por sus ademanes que por ese farfullo de francés arcaico.

 

Mientras cambiaba su fino traje de casimir por aquellos harapos asquerosos, ella observaba con suma curiosidad y sin el menor desparpajo la forma en que aquél mudaba sus ropas.

 

—¿Qué harás con el saco? Es de pelo de cabra de Cachemira —dijo Lucas entonces. Quizás si hallaba la forma de comunicarse podía averiguar de qué iba todo aquello. Al menos, estaba convencido que lo único a su alcance era dejarse llevar por una situación que, de tan particular, había escapado de sus manos.

 

Algo así no le sucedía desde su niñez, en las pocas ocasiones en la cuales logró meterse en problemas. Entonces le parecía que su mundo se derrumbaba, que una vez identificado su error nada volvería a ser igual. Pero por lo general ocurría que aquello que él creyera terrible incendio no era más que una fogata ridícula. ¿Será esto semejante?

 

De un empujón y un mascullado “¡Siéntate!” la hosca mujer logró que Lucas se abandonara en un jergón. Allí reposaba una gata negra que luego de emitir un maullido de fastidio se alejó cual flecha.

 

Brigite acomodó pequeñas ramas en el fogón y sopló, pronto buen fuego dio calor a la morada y del caldero que tenía encima surgió un aroma apenas más agradable que el reinante.

 

Brigite juntó dos mugrosos pocillos sobre la mesa y vertió en ellos líquido de un envase de arcilla. Luego acercó uno a Lucas y llevando otro a sus labios ordenó: —¡Bebe!

 

Lucas intentó negarse mas ella insistió: —Bebe. Calla y bebe.

 

Él demoraba en hacerlo y cuando Brigite tomó un cuchillo de encima de la mesa supuso que se debía a su negativa. Probó un trago, se trataba de una bebida con alto grado de alcohol, tan fuerte que la ingesta le pareció arder a lo largo de su tráquea. La mujer a su lado, cuchillo en mano, tomó un manojo del cabello de Lucas entre sus dedos y lanzó el corte.

 

Sonriendo colocó el mechón de pelo en una pequeña marmita, agregó después diversos ingredientes y exclamó ampulosamente una serie de conjuros ininteligibles. Para finalizar, echó dentro un rescoldo ardiente que provocó una nube de humo lechoso mientras recitaba algo que Lucas tampoco habría de comprender:

 

—Con dos te miro, con tres te mato. Sangre tibia te bebo, tu corazón parto. Que sigas sujeto a mí como la suela de mi zapato. Si te apartan resucitas como cola de lagarto.

 

Luego, tras volcar la mezcla de la cazuela en su pocillo lo bebió de un trago. El estómago de Lucas se revolvió de asco al ver restos de sus cabellos colgando de la comisura de los labios de Brigite.

 

Comenzó a considerar aquello como una experiencia original. Seguramente ningún otro obstetra, ni siquiera un psiquiatra, ha experimentado situación semejante. Su voz interior negativa complementó tal idea en sus neuronas con la pregunta: ¿Y vivido para contarla?

 

Las llamas danzantes de la hoguera provocaba que sombras y claridades flamearan sobre el rostro de Brigite igual que la aurora en el cielo. Entonces ella volvió a mirar fijamente al hombre para recitarle otra frase que –como a esta altura es de suponer–  Lucas no estuvo ni cerca de comprender:

 

—Demonio Lucemon, embajador delegado, para llevarme a sus dominios Lucifer te ha enviado —y realizó extraños movimientos con sus manos, como si las hubiese puesto a bailar al ritmo de la aurora que mostraba el ventanuco y las sombras que las llamas del hornillo provocaban sobre las paredes.

 

Segundos después Lucas se sintió mareado y allí, a su lado, Emma le sonreía. Una sensación de bienestar uterino lo envolvió. Él era un feto feliz y sentía la tranquilidad de ser también el obstetra que lo auxilia.

 

Se sintió abrigado y a salvo. Por eso cuando ella lo besó se tranquilizó de estar de nuevo en casa. Cerró los ojos para ver mejor a Emma pero el olor que lo rodeaba pugnaba por mantenerlo en la realidad, no se trataba del suave perfume de su esposa, sino de una nauseabunda mezcla de transpiración, humo y humedad.

 

Aunque le parecía estar con Emma tuvo conciencia de que acariciaba a la extraña de su pesadilla, que ella lo dejaba hacer y a su vez lo estimulaba. De pronto ya no le importó otra cosa que penetrar a esa mujer tan dispuesta a recibirlo.

 

Esa noche Lucas durmió poco y mal, soñó mucho y tuvo alucinaciones. Algo de lo vivido recientemente desfiló también por su cerebro en reposo:

 

—Debes agradecerme —le había dicho Brigite horas antes con su galimatías de difícil comprensión. Ahora, con absoluta claridad, repitiéndose en aquél onirismo, Lucas lo comprendía: —De no ser por mi aparición te habrían linchado. Me odian, pero cuando tienen problemas vienen por mis hechizos.

 

Al hablar reía, la oscuridad de su garganta asomaba desde el espacio dejado por varios dientes ausentes. No tendría más de treinta años, pero a Lucas en el sueño se le antojó, ora de noventa, ora de quince. Jamás, durante el resto de la nueva existencia que le tocaría vivir, llegaría a enterarse que  estuvo en Bugarach cuando corría el año del señor de mil setecientos treinta.

 

 

 

Cuatro

Apenas un par de horas antes del amanecer Lucas logró dormir profundamente. Se sumergió en un sueño donde experimentaba una escena que nunca podría haber ocurrido. Estaba en su consultorio, era psiquiatra y todo indicaba que Emma era una de sus pacientes.

 

Ella estaba allí, a menos de un metro, con esa belleza que siempre lo cautivó y su áurea magnética que le resultaba encantadora. Él observa desde menos de un metro todos y cada uno de sus dientes perfectos y brillantes, sus labios rojos, sus ojos negros, su nariz perfecta. Ansioso, balancea el mandato de las reglas éticas de su profesión y su instinto animal pugnando por involucrarse con esa paciente.

 

Ella le sonríe y su mohín es semejante a un rayo de sol que colándose por una rendija hiere la vista. Sintió la molestia en uno de sus ojos, una punzante luminosidad venía a traerlo a la vigilia.

 

Todo cambia entonces. La realidad asoma a sus ojos adormilados cual rostro de idiota que desliza una sonrisa trémula desde el absurdo. De inmediato percibe el olor, lo más tangible de una habitación aun en penumbras. Cierta erección que traía de su onirismo se interrumpe y la imagen de Emma es un cristal que se desintegra en silencio.

 

Recuerda. Ese tufo penetrante que en oleadas recorre la villa ahora lo despiden los jergones del camastro y la tosca mujer que ronca a su lado. Comprende que permanece en la pesadilla a la que despertara el atardecer del día anterior y se siente al borde de la desesperación.

 

Se pellizca. ¡Si es una broma ya está bien! Masculla, como si fuese un sacrilegio interrumpir el silencio. Quizá pretendiendo quitarle el temor con un exabrupto doméstico, un gallo saluda el amanecer desde los propios pies del camastro donde yace. Por lo contrario, la sobresaltada piel de Lucas se estremece, parecería que en lugar de un cacareo lo hubiese ensordecido el rugido de una gárgola.

 

El resplandor culmina su faena despertándolo por completo. Sintió fastidio. Apenas atemperó su mal humor la primera idea que tuvo: salir a buscar el celular y afianzar la certeza en su cordura. Aquél objeto es nexo y prueba del siglo XXI.

 

La mujer, que aun duerme profundo, gira su cabellera mugrienta y desalineada dejando junto al sufrido rostro de Lucas su nariz afilada y sus labios, menudos y de fétido resuello.

 

Al evocar la noche pasada un reverbero de asco sacude su estómago. El brebaje alcohólico que ella le diera a beber y su desesperación lo hundieron en las carnes de esa inmunda mujer. Cierto que es joven aun, dinámica, y aunque al hablar apenas se han entendido al pasar de las horas la comunicación fue mejorando. Su actitud recelosa la ha mostrado siempre en guardia y aun así se las ingenió para hacerlo llegar al orgasmo.

 

Tomando de la cintura los anchos pantalones que calza, Lucas se retira un par de pasos y la observa, ni dormida podría despertar ternura. Esa mujer le parece –en todo caso– una invitación a la huida. Huir sería un paso imprescindible para sosegar la aversión que le provoca y evitar matarla. Pensar esto último, más que aberrante le pareció gracioso, tanto que logra hacer germinar una breve sonrisa en el taciturno semblante de Lucas.

 

Parte de sus piernas y caderas permanecen descubiertas, lo cual refresca su noción de lo acaecido la noche anterior. “Brigite”, ese nombre ha causado en Lucas cierto efecto estimulante, sensual. Pero hay algo más. Él había notado la furia de sus ojos cuando ella lo apartó de la multitud, había fuerza en esa mirada, prepotencia, autoridad. Sin embargo cuando la mujer lo contemplara, a él en particular, lo hizo de manera diferente, quizás plena de interrogantes. Parecía contener resquicios de temor, de recelo, de ser peculiar o exclusiva para él.

 

¿Ella temerme? Tal sensación, teniendo en cuenta la actitud firme de la mujer durante los primeros contactos, le pareció extraña. A la vez esa suerte de velada sumisión posterior la tornó subyugante desde la perspectiva etílica a la que fue inducido la víspera. De todas formas, Lucas supuso que su compañía sería similar a columpiarse manipulando un arma de fuego: adrenalina y riesgo.

 

Le preocupaba desconocer el sitio en que se hallaba. Parecía una aldea medieval de hace... ¡Imposible adivinarlo! ¿Es posible que nuestro mundo actual cuente con semejante sitio escondido, atrasado, resguardado de avances tecnológicos?

 

Lucas termina de vestir los andrajos que Brigite le suministrara con prepotencia. Observa entonces a la mujer que lo “ampara”, duerme con placidez bestial, cosa que le da ocasión de salir a la calle con sumo sigilo.

 

La persistente aurora boreal diluía sus resplandores ante el avance portentoso del sol naciente. Lucas anda varios cientos de metros en dirección a la angosta calleja adoquinada donde fuera sorprendido por la horrenda pesadilla que lo envuelve. Por allí, entre maderos podridos que completan la carga de leña de una de las míseras viviendas, se le ha caído el celular durante la locura del anterior atardecer.

 

La incertidumbre comienza a importarle poco y la confusión inicial va dejando paso al conformismo. Vestigios del brebaje ingerido aún se retuercen entre sus ideas. Ha creído haberse vuelto loco pues una interrogante terrible lo acosa: ¿Es un habitante del siglo XXI caído en el pasado, o un ciudadano medieval con la cabeza llena de atisbos de futuro?

 

Por cierto, hallar el celular disiparía todo tipo de dudas. Aunque pensándolo mejor... ¿Cómo sabrá de hallarlo y comunicarse significa que realmente habla por celular y no con una simple barra de jabón, un trozo de madero, o un rectángulo de arcilla? Bien que su mente de estar enajenada podría engañarlo.

 

Es una recaída. Sí, ha de serlo. Lucas es consciente que ha trabajado mucho luego de recibir su título, sobre todo en los últimos tiempos. Cuando en realidad procuraba sanear su economía y afianzar su matrimonio ocurrió todo lo contrario. Quizás el esfuerzo ha sido demasiado y estas son las consecuencias. Aprieta con rabia los dientes y patea con furia un guijarro. ¡Al diablo! Lo único conseguido es negativo, sobre todo arriesgar perder a Emma. Perder a Emma y volverme loco ¡Casi nada!

 

Un perro escuálido se acerca a olisquearlo y Lucas se deshace de él mediante amagues y ademanes. Desde un par de casas más allá le llega el sonido de postigos que se abren en lo alto y una lluvia de orín y excrementos cae sobre el perro que husmeaba distraído.

 

Lucas, al tiempo de cuidar receloso que otro postigo se abra sobre su cabeza, observa su rostro en un charco de la barrosa calzada. Está barbudo y ojeroso, se advierte tan diferente que hasta duda haber sido alguna vez quien siempre creyó ser. ¿Qué parto te ha tocado esta vez jodido obstetra?

 

Lucas recuerda que es obstetra. ¿Existe eso en esta aldea? Seguro que no. Se aferra a los detalles de su existencia verdadera. Cuantos más sean mejor, una locura no puede ser tan elaborada. ¿O sí?

 

Se decidió por la obstetricia en desmedro de la psiquiatría, que también le agradaba. De algún modo se mantiene en contacto con esa otra rama de la medicina por su amigo Esteban, quien siempre le narra alguna experiencia con sus pacientes.

 

Le ha contado de Pilgrim, por ejemplo, aseguraba venir del espacio y emitía frases ininteligibles de un supuesto idioma natal. Después de dos años de tratamiento aceptó ser un terráqueo al que alienígenas aleccionaron para estudiar costumbres y debilidades humanas. No fue una gran mejoría pero continuaba bajo tratamiento.

 

También de Andrés, quien sin haber terminado primaria demostraba tener conocimientos sobre geología dignos de tenerse en cuenta. Acertó en cuanto a un yacimiento de amatistas oculto bajo tierra luego de desmenuzar un terrón entre sus dedos. El par de expertos con los cuales lo confrontaron para comprobar aquellos dichos estuvieron una semana extrayendo muestras del suelo y realizando análisis. Luego no podían creer semejante certeza. Volvieron días más tarde a ofrecerle trabajo a un Andrés al borde del autismo.

 

Ahora él mismo estaba en una situación parecida a esos sujetos. Podría describir a cualquier habitante de ese lugar los detalles de funcionamiento de algo llamado "celular", sólo para comprobar que no entienden qué cosa está diciendo. Pero no, no lo hará, la actitud de los lugareños ha sido hostil hacia su persona. Además tiene absoluta convicción en cuanto a su cordura. Se me está haciendo difícil interpretarlo pero llegaré a dilucidar este misterio.

 

En esas cavilaciones se halla sumergido Lucas mientras camina con prisa sobre los adoquines mugrientos. Ya próximo al lote de tablas viejas el retumbo de su celular – como si tuviese idéntico desespero que su sistema nervioso– le indica su ubicación.

 

Algunos pueblerinos han salido a la intemperie del amanecer y absortos y mudos contemplan la danza celestial. Lucas teme que el sonido del móvil los atraiga y con premura se inclina, mueve tablas a un lado y otro hasta que su mano palpa el artefacto, lo toma y se aleja rápidamente del lugar.

 

Aunque el celular ha cesado su insistencia Lucas confía en que podrá volver a comunicarse. Atenuar su paso al caminar alejándose del caserío da respiros de alivio a sus pulmones. Su intención inmediata es hallar un lugar tranquilo y aislado desde el cual llamar a su esposa y solucionar su situación. Todo se arreglará, está seguro.

 

Mas Emma no tiene tanta calma e insiste desde el otro lado de las eras o donde sea que esté. Lucas siente latir el teléfono y su corazón cobra velocidad. Mientras lleva la mano a su bolsillo más seguro está que todo volverá a ser como antes. De continuar la conversación interrumpida volveré a la normalidad.

 

Si un milagro le permitiera volver todo a su lugar jamás retomaría con Emma el tema del divorcio. Se sienta a los pies de un árbol que reina en un lote vacío y contesta la llamada: —Hola. ¿Emma?

 

Cinco

La tormenta electromagnética ha pasado y en gran parte los servicios se han restablecido. No así la telefonía digital, pues en el área de las telecomunicaciones el daño fue mayor. Los entendidos manifestaron que otro fenómeno igual tanto podría ocurrir dentro de cien años como mañana mismo, y no hay forma de prevenirse más que anticiparlo unos minutos.

En la oficina donde trabaja Emma es el tema excluyente de conversación y el tal Joaquín la vedette del momento:

 

—El colapso de la civilización estuvo cerca —dice—. Algo más de intensidad habría afectado la polaridad de los electroimanes de miles de artefactos, inclusive los automóviles.

 

Nicolás el mensajero lo escuchaba extasiado, le encantaba ese tópico:

 

—¿Todo esto tendrá algo que ver con el pasado veintiuno de diciembre de dos mil doce? —preguntó. Mabel la acuariana, mujer mística devota de los astros, fue quien contestó. Toda vez que alguien se refería al supuesto cataclismo salía con lo mismo:

 

—Esa fecha no estaba relacionada con cambios calamitosos. Las transformaciones serán paulatinas y a nivel espiritual, un renacer a otro humanismo, el despertar a una nueva dimensión con diferente forma de comprender y encarar la creación. Hay una serie de pasos a seguir y yo me he preparado, así que no tengo temor.

 

—Quizás los pasos a dar sean hacia Bugarach —dijo alguien desde el fondo. Emma no supo identificarlo. Otra persona preguntó dónde queda eso y la voz oculta volvió a pronunciarse:

 

—Es un pequeño pueblo francés lindero a un alto monte. Algunos dicen que es el único sitio del mundo que permanecerá indemne tras el apocalipsis augurado.

 

Ajena a todos los comentarios, cada pocos minutos Emma intenta sin el menor éxito comunicarse con Lucas. Era muy raro lo que él le había dicho el día anterior. ¿A qué se refería al manifestar “no sé dónde me metí”? ¿Drogas acaso?

 

Lo especulado por sus compañeros parecía interesante, pero ella no estaba en condiciones de razonarlo en forma debida. Por ejemplo, lo que decía Dinorah en ese preciso instante no parecía tener nada que ver con la aurora boreal de la víspera:

 

—Durante situaciones extremas, en las cuales sus vidas o las de sus seres queridos corren riesgos, las personas pueden trascender los límites de su resistencia física. Entonces extrañas fuerzas emergen de lo más profundo de su psiquis, y podrían llevar a un hombre a levantar un automóvil que aprisiona a un familiar, por ejemplo. Eso demuestra la relación estrecha que existe entre la química cerebral, las emociones y los sentimientos.

 

Entonces yo debería poder comunicarme con Lucas, es lo único que me importa hoy día. A un paso de la obsesión Emma comenzaba a asumir la separación como responsabilidad propia. Podrían ocurrir cosas terribles y no estaremos juntos.

 

Por fortuna el grupo comenzó a dispersarse, yendo a continuar sus tareas diarias. Emma, que permanecía con la vista en una planilla fingiendo hacer lo suyo, advirtió las sonrisas que provocó el último comentario de Ernesto, el de Aduanas:

 

—¡Vamos, hagamos de cuenta que allí fuera mañana habrá un mundo funcionando con absoluta normalidad! Pero por las dudas tengamos sexo hoy, mucho sexo.

 

Aun no se borran las sonrisas cuando las luces se apagan y los ordenadores se enceguecen. El run–run bullicioso desaparece y un profundo silencio invade la estancia. Alguno se arrima al ventanal y observa los automóviles detenidos ante semáforos ciegos. Debido a la diurna claridad es inadvertido, culebreando sobre el horizonte, el meneo majestuoso de una nueva aurora boreal.

 

Emma se concentra, hará un nuevo llamado pero esta vez poniendo el alma. Elizabeth la descubre manipulando el celular y se acerca:

 

—Querida, no te esfuerces en vano, ninguno funciona —le sonríe desde un rictus maternal. Aguarda un segundo y tras no lograr la mínima atención se retira.

 

—Es la segunda vez que pasa en la semana —dice alguno —Esto de las tormentas solares se está volviendo hábito.

 

Quien está a su lado no oculta un rictus de preocupación: —¿Estará segura nuestra supervivencia? Según dicen todo puede irse al diablo —meditó un momento—. No, claro que no, avisarían, nos darían instrucciones precisas de los pasos a seguir. ¿De qué me preocupo? ¡Soy un tonto, habían logrado inquietarme!

 

En otro sector de la estancia el rostro de Emma se ilumina, esta vez su teléfono por lo menos está llamando. Lo mantiene junto a su oído, sonando a la lejanía reclamando a Lucas, su voz, la posibilidad de su retorno.

 

Desde corta distancia Elizabeth la observa denotando impotencia y comenta a la persona que está a su lado: —Pobrecita, por más voluntad que ponga no podrá comunicarse —la otra responde algo pero en ese momento Emma siente la voz de Lucas del otro lado de la línea.

 

—¡Lucas! ¿Dónde estás? Me siento sola y tengo miedo. ¿Puedes venir por mí aunque sea por última vez?

 

—¡No de momento! No sé dónde estoy. Parece ser una población rural muy atrasada. Hablan diferente a nosotros y les entiendo poco y nada.

 

—¿Para que fuiste a ese lugar? Quisiste tomar distancia, seguro. ¿Fue por mi culpa?

 

—No, nada de eso. Ignoro qué ocurrió, hablaba contigo y de pronto me vi aquí. Estaba tan perturbado que por error he de haber tomado un tren hacia este paraje. Todos me veían como bicho raro y una especie de hechicera me ayudó a escapar. Si realmente estoy despierto esta es la peor de mis pesadillas. Contradictorio… ¿No?

 

—¿Hechicera? ¿Estás con ella? Es eso, hay otra.

 

—No, es a ti a quien amo y haré lo que sea para volver a estar juntos. ¿Ves la aurora boreal?

 

—No, es media mañana, y no creo que se pueda apreciar durante el día. Pero hay alboroto en la oficina, quizás algo esté ocurriendo. La electricidad se cortó hace un rato y aun no la han vuelto a conectar.

 

—¿Media mañana? Entonces estoy varios grados al oeste de tu ubicación, quizás en otro continente. Y al decir esto me aterra pensar que también podría estar en otra época.

 

—No juegues Lucas, por favor, ven a buscarme. Están ocurriendo cosas extrañas y necesito tenerte a mi lado. Bastante insoportables han sido estos días de separación. Y no afecta mi orgullo decir esto. Es más, expresarlo es como una liberación. ¡Ven, te necesito!

 

—¡Qué más quisiera! Pero miro en torno a mí y veo campo y a lo lejos esa aldea de chozas. Allí vive gente con atuendos vetustos, ajados y pestilentes además. No he visto un solo automóvil. Las aguas servidas las vuelcan a la calle, comen porquerías y beben potajes ardientes...

 

—¡Por Dios Lucas, no sigas! No entiendo. Por un lado dices quererme y por otro me tomas el pelo. Como sea, quiero que sepas que si vienes a buscarme te estaré esperando.

 

—Iré y juro que te encontraré y amaré para siempre. Además me pasa igual que a ti, me siento noble al confesar que te amo como nunca creí poder hacerlo. Quizás debió ocurrir este distanciamiento para comprenderlo. Ahora sé que mi verdadero orgullo es tenerte a mi lado y nunca te dejaré, te doy mi palabra. Pero promete tú también que vendrás hacia mí, que pase lo que pase me saldrás al paso. Yendo uno hacia el otro tardaremos menos en hallarnos.

 

—En la mitad de tiempo. ¡Sí mi amor, te buscaré hasta en el fin del mundo!

 

—Te amo.

 

—Te amo.

 

Ambos cortaron al unísono, o es posible que los celulares simplemente dejaran de comunicarlos. La confusión fue mucha durante aquellas horas en que la humanidad se tambaleaba. De todos modos ellos no repararon en ese detalle, consideraron auspicioso el diálogo pese a que, si bien parte de sendas incertidumbres había caído, en ambos persistían dudas.

 

Lucas no imaginaba de qué modo podría regresar, pues ni siquiera sabía dónde se hallaba él mismo. A ella muchas de las frases de su esposo le parecieron incoherentes, no aquellas donde expresaba su cariño sino las referidas a la hechicera y la aldea. Sin embargo ambos guardaron el celular con otra actitud hacia la vida y el futuro.

 

En la otra punta de la oficina quienes se agolpaban contra los cristales realizaban exclamaciones de asombro y pesar. Hacia el centro Elizabeth comentaba a Iris su preocupación por el estado de salud de Emma: —Fíjate, parecía estar hablando por teléfono y hace rato que las líneas no funcionan.

 

—Sí, me aburre. Tiene el síndrome de la enamorada perpetua. Parece que todavía no sabe que el amor es una ilusión producida por hormonas frenéticas. Ellas nos hacen asumirlo sabroso y diáfano cuando sólo es agua que se escapa entre los dedos.

 

Elizabeth no pudo ocultar su malestar ante el comentario: —¡Ay Iris! Con esa opinión que tienes sobre el amor no me extraña que tengas pesadillas con seres aborrecibles amándose en otro mundo.

 

—Lo que quiero decir es que deberíamos preocuparnos por nosotras —respondió Iris, que no se acercaba a la ventana por temor a lo que pudiera observarse—. Lo que está pasando es mucho más preocupante que la novelita de Emma. Si esto sigue terminaremos locos. Además aquí no hacen otra cosa que hablar de apocalipsis.

—¿Lo dices por los muchachos? Están exagerando, bromean, pretenden hacernos creer que allá abajo se desató el caos. Además, de nada valdría que te hablaran de pasión. ¡Mira! Allí viene Mabel, seguramente a repartir paz, amor y espiritualidad.

Antes de lanzar un nuevo sarcasmo Iris rió: —¡Claro que sí! Pero porque ya no está en edad de hablar de sexo y rock and roll. ¡Bien que de todos modos menea los huesos!

 

Al estar junto a ellas Mabel deslizó sus brazos sobre los hombros de las otras y dijo:

—Sincronicemos nuestros espíritus, unidas tendremos más posibilidades de alcanzar el ser superior. Llegó el momento —en eso advirtió que Emma se aproximaba—. ¡Esperen, dejemos que Emma se nos una! Así nuestro circuito adquirirá mayor fuerza y eficiencia.

 

Las mujeres aguardaron a que una vacilante Emma se acercara. En forma sumaria Mabel le dijo lo que pretendía, agregando que debían desterrar el temor, pensar en amar y agradecer la experiencia de vivir: —Dios no abandonará a quienes merezcan el don de su gracia —exclamó mientras atraía a todas hacia sí.

 

A los pocos segundos de estar abrazadas Emma perdió el sentido, y ayudándose unas a otras evitaron que se golpeara contra el suelo. Juntas permanecieron a su lado varios minutos, luego comenzaron a sucederse una serie de sacudidas tan espantosas como el caos y la gritería subsiguientes.

 

El grupo de amigas se dispersó, corriendo cada una hacia direcciones distintas. Emma no tardó en ser la única en todo el amplio piso del edificio, permaneciendo sin sentido, sola y ajena a todo.

 

Abandonada en un sofá era una bella durmiente olvidada por un príncipe desamorado. Por esa razón nadie advirtió su mutación, ni que la persona que volvía en sí era una mujer desprolija, muy diferente de Emma, con su cabello mal cortado y una deforme nariz masculina.

 

Brigite se puso de pie como pudo, el edificio temblaba y de todas partes le llegaban gritos y gemidos. Asomada al ventanal sintió regocijo ante el caos contemplado. A las hormigas frenéticas de allá abajo su demonio les había pateado el hormiguero.

 

Una sonrisa maligna acompañó el brillo astuto de su mirada cuando se hizo a la idea de que su amo al fin le abría las puertas del infierno.

 

Seis

Cuando Emma abrió los ojos distinguió una silueta junto a la ventana y no tuvo dudas que se trataba de Lucas. Su visión todavía no estaba del todo clara pero sentía sosiego en su interior.

A él esta vez no lo había despertado el sol, sino una extraña inquietud generada por cierto bullicio cosmopolita que hacía días no escuchaba.

Había saltado de la cama pleno de entusiasmo y con prisa caminó hacia la ventana. Sus ojos, aun no habituados a la luz, se atiborraron de la luminosidad naranja que ingresaba por el rectángulo abierto a un cielo muy particular y diferente.

 

Las siluetas de altos y verdosos edificios se multiplicaban hacia la lejanía, en un paisaje repleto de extrañas combinaciones de colores. Sus corazones latían acompasados con un ritmo extraño, y al asomarse a la ventana advirtió que se hallaba a medio centenar de metros de altura.

 

Su pensamiento rebozaba de ideas esperanzadoras: La pesadilla ha terminado. Hallaré a Emma. Se apoyó en a la balaustrada paseando la mirada por el entorno con gran curiosidad. Pronto notó que algo continuaba estando mal y al aguzar la vista el sentimiento de confusión de días anteriores volvió a invadirlo. Observar en detalle el panorama lo hizo temblar.

 

Las construcciones no se correspondían a imágenes o paisajes citadinos que hubiese visto alguna vez. Los edificios estaban unidos por lo que parecían ser pasajes tubulares, y las leyendas de los anuncios se le antojaban jeroglíficos ininteligibles.

 

Mas no sólo la arquitectura era inquietante. Al dirigir la vista hacia abajo alcanzó a divisar, circulando con parsimonia, a castaños seres tentaculares que reptaban bamboleándose cual elefantes marinos.

 

Lucas se advirtió mareado y le nació la idea de lanzarse al vacío. Se sentía desquiciado, nacido en un sórdido surrealismo que ni el más insano de los pacientes de Esteban habría podido describir. Aun en esas condiciones aguzó la vista para verles la cara a los malditos. Sus bocas eran protuberantes, salientes cual trompa de tapir; sobre ellas descubrió un único ojo, apenas debajo de la línea de su cabeza plana.

 

¿Otro mundo? ¿Otra dimensión? Se diagnosticó víctima de un shock emocional provocado por la pérdida de lo único valioso que tenía en la vida. También se sintió incapaz de comparar su estado con algunos de los traumas psíquicos que conociera. Lo peor era portar la certeza ineludible de no volver a ver a Emma.

 

Un sonido a sus espaldas lo hizo volverse. Allí, en la misma estancia y aun desperezándose, uno de esos seres pardos lo observaba desde su único ojo. Su trompa protuberante se ladeó emitiendo un sonido agudo mientras comenzaba a acercarse mediante contoneos de pinnípedos.

 

Una vez la criatura estuvo a su lado sus tentáculos se extendieron hacia él y lo abrazaron. Entonces Lucas, lejos de sentir repugnancia o temor, se abandonó al placer que le causaban los primeros contactos de aquél acercamiento.

 

Con ánimo obstétrico sintió a su vez necesidad de abrazar a ese ente ¿Aberrante? y al hacerlo sus ojos vieron en un gran espejo lateral la forma en que dos ejemplares de esa especie se acariciaban. Demoró un par de segundos en comprender que él era uno de ellos.

 

También comenzó a interpretar cada uno de aquellos sonidos emitidos por su acompañante descubriendo al fin su esencia, esas particularidades que alguna vez lo llevaron a enamorarse de una mujer en un mundo distante que quizás nunca había existido. Se tranquilizó, pletórico de alegría, Emma también era dichosa de estar a su lado, y lo palpaba de una forma tan especial que hasta creyó que era la primera vez que le ocurría.

 

Decía a su pareja, con esa suerte de gorjeos cortos y agudos, que no importaba la forma ni el lugar ni el momento siempre que estuvieran unidos sus espíritus, cuando un urgente sonido de ringtones les llamó la atención. Cada uno llevó su único ojo hacia una tabla que parecía flotar, sobre ella había dos celulares.

 

A ambos el retumbo de esos objetos desconocidos les pareció familiar, pero no pudieron discernir la causa. Luego de sonar al unísono un instante ambos aparatos se apagaron para siempre. Como sea, el abrazo que unió a esos seres no dejó lugar a dudas en cuanto a que, de seguir repiqueteando, los habrían ignorado sin perder el mínimo instante.

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