Los mundos infantiles, los cuentos, los sueños y sobre todo los despertares al mundo adulto, generalmente dolorosos. La vida nos pone a prueba a cada instante mientras caminamos sobre una ruta repleta de vallas y sorpresas, buenas y malas. Pero no hay escollo que no se pueda saltear cuando aprendemos a levantarnos. Siempre es mejor intentar comprender que rechazar, y Nina, protagonista de esta historia, ha sabido hacerlo.
Carta desde Shangái
Esa niña se llama Nina Font y camina con altanería pues algo le dice que conquistará el mundo. Será luego que vuelva su padre. Él sabrá guiarla cuando ella le cuente sus sueños y solicite consejos.
Por ahora cada cinco pasos puede elegir ser alguien distinto, al fin y al cabo su madre –y no sólo ella, también su maestra– han comentado que tiene un futuro auspicioso. Cada vez que lo recuerda Nina se promete buscar el significado de "auspicioso" en el diccionario.
Ahora es azafata y va rumbo al aeropuerto. Siente cierta preocupación pues el clima está muy inestable en Shanghái, y ella desea que allí siempre haya sol. De pronto además de ser azafata pertenece al Servicio Secreto y le han encomendado una importante misión en aquella ciudad. Ella espera encontrar en ese lugar la ayuda desinteresada de un hombre que vive allí desde hace algunos años, al menos casi tantos como los que ella tiene: su padre.
Siempre que regresa de la escuela Nina es alguien diferente. Ayer fue modelo y la gente la adoraba mientras transitaba por la pasarela un pie delante del otro. Por la tarde fue modista de renombre y sus diseños se vendieron en todo el mundo como pan caliente, aun en Shanghái y otras ciudades casi tan importantes.
Debajo de la túnica escolar llevaba el más hermoso de los vestidos. Su madre se lo había mostrado con una sonrisa de oreja a oreja:
—Mira lo que ha enviado tu padre desde Shanghái —había dicho, y de inmediato comenzó a desvestirla para probárselo. Nina se sintió casi tan contenta como cuando leyó la carta que él le envió para el día de su cumpleaños.
Además de buscar "auspicioso" en el diccionario hay algo que Nina hace tiempo piensa hacer: interrogar a su madre sobre la fecha exacta del regreso de su padre. Anhela conocerlo. Ya le preguntó por qué estaba tan lejos; así se enteró que él es una persona muy importante a la que razones de trabajo le imponen estar distante de su amada familia.
Su madre se ponía muy especial cuando decía "amada", sus ojos se notaban dulces y parecían sonreír, aunque en el fondo Nina les notaba un dejo triste y le decía que ponía cara de helado: dulce y fría a la vez.
Nina estaba segura que se debía al recuerdo de su lejano esposo. Tal vez así se vería también ella cuando fuese doctora –o directora– de un hospital de Shanghái, pues ha de ser muy bella esa ciudad y Nina quisiera vivir en la más bella ciudad que exista.
—¿Mamá, qué idioma hablan en Shanghái? —había preguntado, y su madre pareció dudar:
—¡El mismo que nosotros! —le dijo, luego se fue, se había hecho la noche y debió salir a trabajar. Su madre era la más bonita y eficiente doctora del “Sanatorio Local”. Si las doctoras presentes en el turno diurno que atendieron a Nina de su dolor de garganta no la reconocieron se debió a que su madre trabaja en el turno de la noche. Además su madre había nombrado el medicamento que le recetaron y estuvo muy de acuerdo con sus colegas.
Nina pudo verse en muchas actividades disímiles con el paso del tiempo. Mientras abandonaba la niñez sus sueños dejaron de dirigirse a Shanghái. En realidad ahora le fastidiaba ese lugar: allí había alguien que en doce años no había venido a verla.
Al menos había algo que la consolaba, y era que él siempre contestaba sus cartas... Bueno, las dos que echó ella personalmente al buzón no, pero su madre dudó que Nina hubiera puesto las estampillas adecuadas para que lleguen a destino. Cuando le preguntó por qué no se las entregó a ella, como siempre, estaba de mal humor:
—¿Acaso piensas que no las enviaría?
Su madre suele estar más triste ahora, y cuando dice "amada" sus ojos ya no son tiernos, no son ni siquiera de helado. Se la nota fastidiada cuando ella comenta algo sobre su padre. A lo mejor todo se relaciona con esa conversación que ella oyó entre su madre y esa compañera –también doctora– que un día vino a buscarla más temprano para una operación de urgencia.
—¡No sé qué haré cuando ya no pueda ir al Shanghái! —había dicho su madre, y la otra la tomó de un brazo:
—¡Entonces se verá, ahora vamos! —y salieron como disgustadas. Nina pensó que su madre siempre había querido ir a Shanghái a ver a su padre y temía que la vida se le fuera antes. ¿Por qué? ¡Estaba enferma, seguro! Ella era doctora, bien debía saber lo mal que se encontraba... Nina lloró esa noche y se durmió más tarde y más sola que su madre.
Un atardecer Nina decidió que iría al sanatorio. Le daría a su madre la sorpresa de una visita. De seguro sus compañeras la dejarían entrar apenas dijera de quien era hija. Comenzó a vestirse como lo haría una princesa pues ella casi lo era y... ¿Saldría sola por la noche una princesa?
Así que sucedió algunos días después, cuando tomó fuerza la idea. El plan era seguir a su madre pues tenía entendido que ella caminaba hasta el sanatorio y recordó sus palabras: “¿Recuerdas cuando te llevé? Caminé contigo en brazos...”
Pero cuando Nina le decía: —Dime cómo ir, a ver si recuerdo... —Ella cambiaba de conversación. Igual que hacía últimamente si le hacía algún comentario sobre el regreso de su padre. Por lo general usaba diferentes palabras, pero siempre significaban lo mismo. Aunque a veces no, como el par de veces que le preguntó: “¿Cómo se conocieron ustedes dos?”
Nos conocimos una noche, apareció de entre las sombras con un traje café y la mirada trasparente, de bruma, de misterio... La primera vez que lo vi fue en una plaza al atardecer. Era verano y tenía una camisa ajustada que dejaba en evidencia su fortaleza.
Pero tiempo más tarde, al preguntarlo nuevamente, la historia parecía tener algunas modificaciones:
Él me habló una tarde en la calle, jamás lo había visto pero su voz tenía la experiencia de un sabio y su mirada la inocencia de un niño. Por eso me enamoré cuando él ni siquiera me conocía, de verlo ayudar a su madre y sacar adelante aquel hogar luego de que el padre los abandonara.
Como Nina no tenía certeza en cuanto a las diferencias no las señaló, así que cuando recordó sus dudas un par de meses más tarde volvió a preguntar.
Y una vez más la respuesta fue diferente, esta vez más alejada de las otras.:
Fue en un banco. Tu padre fue a depositar parte de su pequeña fortuna y yo, que aún no era doctora, trabajaba de cajera y nos gustamos. Luego decidimos irnos a vivir juntos a un pueblito del mediterráneo.
Entonces Nina la puso en aprietos al comparar las dos versiones. Su madre, tras un momento de confusión exclamó con gran elocuencia:
—¡Ah, viste! Tanto me preguntas lo mismo que decidí salir con una historia diferente. Elige la que más te guste.
Cuando Nina al atardecer salió tras su madre lo hizo con total discreción, escondiéndose detrás de cada árbol o coche que pudiese cubrirla. Le extrañó que tomara el rumbo hacia el puerto, la parte de la ciudad que su madre siempre decía ser la peor y que jamás debía ir hacia allí.
Como no conocía demasiado la ciudad Nina llevaba una libreta donde para no perderse trazaba líneas quebradas y anotaba: derecha uno, izquierda seis...
Al ntar que su madre entraba en un edificio se detuvo. ¿Era allí el sanatorio? Derecha tres, anotó. Caminó los pasos que le faltaban y en el mismo momento que se detiene ante la puerta se encendieron las marquesinas, una música suave surgió desde adentro y Nina corrió a esconderse.
De seguro su madre había ido allí por algo, quizás a atender algún enfermo, luego volvería al sanatorio, seguro. Esperó un rato agazapada tras un buzón y desde allí vio el nombre: “Club Shanghái — Mujeres y show”.
Una hora más tarde Nina decidió dejar de esperar. Izquierda seis, derecha uno, lágrimas diez. No sin máxima concentración pudo ir desandando camino, y en un par de oportunidades creyó haber errado y debió auxiliarse ya divisando un comercio ante el cual había pasado, una casa bonita, un perro ladrador detrás de un portón.
Tampoco pudo dormir esa noche. Pero al imaginarse en la oscuridad se decía que allí va Nina, camina de ese modo pues su padre es alguien muy importante, es la mano derecha de un príncipe que cuando sea mayor enviará a buscarla para desposarse con ella. Y su madre no tendrá atuendo de doctora pero tampoco tendrá pintada la cara y ellos se mirarán perdonándose y Nina también.
Finalmente, los sueños muertos germinan sueños nuevos. Nina se observa en el espejo, se ajusta los jeans y se ha puesto carmín. Para cuando llegue el momento de conquistar su príncipe ha de estar preparada. Se entrena muy bien con cuanto Don Juan Mozalbete le mira el andar y pone en práctica sus estrategias.
El día libre de su madre Nina puso ante sus ojos el sobre que había preparado. Estaba seria y chispeante de nervios: —¡Carta de Shanghái!—le dijo. Su voz cargaba la congoja de un arcón apolillado y su pesadumbre sirvió a sus propósitos: —Nos comunican que papá ha muerto.
Los ojos de su madre parecieron agrandarse, llenarse de asombro, y luego de estar más amplios que nunca se cerraron con fuerza apretando una lágrima.
—Mi mujercita... —musitó. Luego le dio un abrazo fuerte, nuevo, de adultos. Nina mantuvo silencio un instante y luego dijo:
—Me gustaría que fuésemos algún día.
—¿Adonde? —dijo su madre, mientras deslizaba tres dedos sobre su mejilla húmeda.
—¡A Shanghái! El verdadero... ¿Dónde más? Lo dice el destino, por algo pusiste a mi padre tan lejos. Quizás allí lo hallemos y si no, algo bueno nos soprenderá.
Una brisa fresca palpitó en las cortinas, y cuando el ruido de la calle volvió a estar presente, ambas rieron y volvieron a enlazarse.